Mi
pueblo. Aunque no literalmente, citaré a modo de introducción un pasaje del
Nuevo Testamento: ¿Veis las avecillas del campo?, ni siembran, ni siegan, ni
vuelan todo el día con sus portátiles colgados en sus alas. Sin embargo, la
Providencia abastece sus despensas.
Por
supuesto. Con tan generoso representante celestial en mi pueblo, estos gráciles
seres alados que nos cagan encima no sólo no pasan hambre, sino que hasta más
de uno habrá podido caer fiambre de puro empacho y/o gula. Y es que tan
dadivoso valido del cielo, portador de hisopos y siempre próximo a los
ministros de Dios y sus casullas; él solito se encarga de ejercitar al dedillo
y con creces tamaña providencial función. Sencillamente, de un día para otro,
las calles de mi pueblo aparecen cual inmensos graneros, a los que acuden
gozosas aves propias del lugar de todo tipo y calaña. Trincan hasta llenar el
buche y, ante semejante abundancia, despegan y marchan sin mayor preocupación.
Por la noche volverán las oscuras golondrinas y las demás. Todo -y les sobra
tiempo- mientras no aparezca un tropel de tractores, a cual más potente, y
larguísimos camiones retorciéndose por las estrechas calles de mi pueblo; para
llevarse y traerse (o al revés, o qué sé yo) el grano a tampoco yo sé dónde.
Aun así, como prolijo botín de la cosecha y hasta de su afortunada existencia,
quedan esparcidas por doquier (y doquier es también la carretera) infinitas
semillas del a/dorado cereal. No hay tragedia. La misión pastoral continúa sin
novedad, mi Señor. Ni siquiera lo que a algunos pueda parecerles un pequeño
inconveniente, en realidad no es tal. ¿Quién puede negar que el equilibrio
ecológico no sea igualmente un designio de Aquél?. Y eso es cuanto sucede con
los pajaritos entrañablemente despanzurrados sobre el asfalto. Por golosos en
plena calzada y en hora punta.
Considérese
pues al coche el metálico y furibundo predador del pardal pardillo. Y no se me
queje nadie de no poder dormir con tanto vehículo ni siestas, ni mañanadas, ni
vísperas, ni maitines; que algunos quejicas de hoy bien disfrutaban cuando
niños viendo pasar aquellos camionacos cargados de remolacha, para lo cual
hubieron de arañar los cristales de la escuela que en su momento se pintaron de
blanco para no distraernos con tanto ajetreo circulatorio. Ahora, en esta época
de tanto solaz y rapacería, los menores tienen la oportunidad de disfrutar con
descomunales camiones topeguay y hasta con descamisados y musculosos camioneros
pecholobo. Lo de menos es cuestionar la legitimidad y la legalidad (humana,
faltaría más) de este allanamiento exento de impuestos I.A.E. (lo de almacenar
el grano esparcido por el suelo público para un negocio privado), pues una ley
divina, como lo es la supervivencia de las aves alimentadas por la Providencia,
siempre tendrá prioridad sobre cualquier otra ley humana. Quede clarito. Esa
horda de agnósticos y ateos no harán temblar su firme brazo (bueno, no siempre)
de autoridad terrenal, sí; aunque investida desde el Más Allá, o sea, por la
gracia de Dios. Ay, si el ínclito prócer capaz fuese de descifrar la más
elemental de mi críptica semántica, antes de bendecirme con su tan familiar
plegaria de “rocíame con hisopo y seré
puro”, me correría a hisopazos al son salmodiado e imprecatorio de…”ahostiarete con el hisopo hasta abrirte el
cráneo y dejarás de ser puro.”. Él, por supuesto, en funciones de
ministerio pastoral.
Más sobre
mi pueblo. Escribir sobre las obras en mi pueblo excita (con perdón) mis
meninges y hasta mi azotea toda. Las neuronas bullen en mi olla de aquí arriba
con libidinosa alegría y lujuria mental. Para colmo, en algún caso, los
protagonismos con los respectivos protagonistas son repes. No puedo librarme de
su sombra.
Desde
inmemoriales tiempos, las obras en mi pueblo han venido realizándose de forma
tal, que siempre quedan abiertas perspectivas de trabajo de cara a un futuro no
muy remoto. Ya se sabe, el trabajo será un derecho, estupendo, pero hoy es un
bien escaso, por tanto se trata de fomentarlo. Nada de migajas, sino faenas de
envergadura y atractivo presupuesto. El alcantarillado ha sido reubicado al
menos dos o tres veces, todo por no estimar (a sabiendas, es obvio) primero las
peculiares condiciones del ya entonces (y aún hoy) previsto encementado (vaya
por Dios), después el paso de vehículos de gran tonelaje, etc. El caso es
mantener en todo momento una bolsa de empleo rebosante de ofertas. Por el bien
mayor o menor de todo el vecindario. Incluso en la actualidad las posibilidades
de este proyecto en la generación de empleo son próximas al infinito. No sé si
existe un mapa de las canalizaciones
subterráneas, pero de haberlo con toda certeza es falso (para
despistar), de manera que cualquier máquina excavadora venida al pueblo para la
más elemental tarea te hace un roto en las cañerías, no más tarde de la tercera
palada. Ya está, el fontanero. Además, todavía es posible modificar mapas y
estructuras, al no prever (con mucha vista, ¿eh, pillines?) la llegada de pesadas
naves extraterrestres de aterrizaje y despegue vertical, con el sobrepeso
consecuente para las calzadas. Debe limpiarse el cauce del río. No hay
problema, el palista más gallardo de la zona saca de aquí para allá, entre
órdenes, sugerencias y olés de admiración por las excelencias de la potente
máquina, todo voceado como es debido. El limo normalmente va a parar al lugar
inadecuado, pero ya vendrán con sus conocimientos y planos los profesionales
esos que cobran y corregirán el artesanal y bizarro apaño y cuanto deban. Así
un sinfín.
Sin
embargo -he de reconocerlo- la última de las obras me tiene un poco inquieto.
Recién acaba de concluirse y no imagino ni remotamente por dónde va a salir la
nueva avería. Que el agua es cosa muy seria. En su momento, alguien sin duda
competente tomó la decisión de higienizar el depósito, así que manos a la obra.
Para qué contratar personal especializado, si es tirar el dinero. Nada, ahí
estaban ellos dos que, tocados de mando y de sus fundas, llevaron el trabajo
con solvencia y pulcritud (se supone). Entre blasfemias constreñidas y
tartajeadas del tipo “güen-dingún-diós” y
más voces, todo en estéreo por el eco propio del recinto, en pocas mañanas el
hídrico continente quedó patena. No podía ser de otro modo, conocida la maña de
los susodichos. ¿Y cobraron?. Pero bueno, ¿cuándo una faena bien hecha y
profesional como ésta no ha sido remunerada en su justo precio?. ¿Cómo iba a
despilfarrarse el dinero, encargando la obra a expertos de cuestionable
competencia?. Para eso y para lo otro, ahí estaban también. Tratándose como se
trata del agua y su vital importancia, una insidiosa duda aguijonea ahora todo
mi cuerpo, desde el juanete a la coronilla. ¿Qué habrán maquinado en esta
ocasión para asegurar nuevos trabajos a próximos demandantes?. ¿Cuál sería la
novedosa, concienzuda y previsora chapuza?. ¿Sembraron -tal vez- el fondo del
depósito con garbanzos para provocar un taponamiento generalizado de las
tuberías del agua?. ¿O bien zurráronle un buen machazo a cualquiera de las
paredes del depósito para agrietarlo y garantizar así una reparación de gran
alcance?. Quién lo sabe. Por cierto, que alguien me explique los paseos del
agua de arriba para abajo, de abajo para arriba y vuelta a empezar. ¿Acaso
tenga por objetivo marear los bacilos y bacterias y desactivar de este modo sus
efectos contaminadores?. Estoy a la espera. Cuando tenga nuevas informaciones
sobre las soluciones que se proponen volveré a la carga. Y cargaré también
(pocas veces mejor dicho) sobre la báscula, todo un monumento de productividad
y beneficio colectivo. Y sobre la esquizoide nomenclatura de las calles. Y…
Váyanse frotando las manos.
Los
conciertos a bocina en “do bemol”
(traducido, “dos bemoles y olé”). De
lunes a sábados los aires de mi pueblo se inundan de garrapateas y
semigarrapateas, fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas, blancas, negrillas
y quisió. ¡Ojo!, no se alarmen las gentes sencillas (a los más versados ya no
les digo nada), que no se trata de una plaga bíblica, ni tampoco es que el
talador de árboles vuelva con su sinfónica motosierra. No. Me refiero a la
febril orquestación que los vendedores ambulantes de la zona utilizan para
hacer llegar sus productos a los consumidores, bien aporreando con fruición sus
bocinas, bien con sus radios exultantes de decibelios. Los domingos, como
instituyó el sumo hacedor, descansan. El asunto tiene bemoles en clave de do…,
de dónde tocar más los cojones.
Lunes,
9:30 AM.
-Priiii-pri-pri-priiiiiiiiiiiiii.
El
panadero de Villagarcía. Sus trémulas notas y agudos
sones de quebrado cristal puntiagudo son inconfundibles.
14:30 PM.:
-Praaaaaaaaaaaaaaaaaara, praaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa,
praaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaap.
No hay duda: el
pescatero de Benavides. El
reiterativo continuum de sus angustiosos tañidos ejecutados por manos de
verdugo del arte en pleno frenesí (cual clímax en la Novena de Beethoven)
aniquilan todo margen a las vacilaciones. Es él. Así el resto de días dedicados
al comercio, AM y PM, da lo mismo, pues no queda hora en la que alguno de ellos
(y ellas) no entre en el pueblo atacando su peculiar partitura, tanto como al
propio vecindario. Y sólo se han citado las orquestales, que también las hay
con vocalistas de lo más sonado y principal en las listas de éxitos a través
del siglo.
-Tachán-tachín. Vendemos y compramos
colchones. Cambiamos colchones de lana por otros de las marcas Plin, Plas y
Patrás, tachín-tachán.
O
este otro.
-Tralarí-tralará. Melones de La Mancha,
melones manchegos (gracias por la aclaración), tralará-tralarelo, dulces como
el caramelo.
Ya
ven, cuanto queremos y necesitamos. Se quejará mi buen amigo de ver turbadas
sus mañanadas de modorra postorgiástica, cuando lo que embriaga la atmósfera
son esparramados sones de arrullo capaces de clavarse cual inyecciones
narcóticas en las mismísimas trompas (pertinente sustantivo) de Eustaquio, el
del oído (no vaya a ser). Por tanto, amigo mío, careces de argumentos para
poner en solfa a los concertistas. No hay alternativas, todo está muy bien como
está. De cualquier forma y cuando al dinámico (muy propio) comercio le dé por
revolucionar sus conceptos, yo les propondría centrar sus esfuerzos en la tan
de moda imagen corporativa, no sólo con anagramas, logotipos y colores; sino
también con una música que todos asociemos enseguida al productor y al producto.
Sobre
preferencias, allá cada cual, pero se recomendaría la música "javi", pues siempre
excita (o solivianta) más al personal y sintetiza en sus neuronas unas
impulsivas ganas de matar al vendedor (prohibido por ley divina, así que opción
descartada), o en su defecto una alternativa mucho más cívica, cual sería la
compulsiva necesidad de comprarle todo lo que se pueda y cuanto antes para que
marche lo más pronto posible. ¿No quieren productividad y rentabilidad?. Ahí
tienen el camino. Unos ejemplos. Tapones Visente y su “Voy buscando a Lupita…”, en plan guitarr(h)achazo; zas,
asociaríamoslo “ipso facto” a la
panadera de Palacios o a la frutera de Veguellina. Todos van raudos por su pan
o por su fruta. Barricada habrían de rifárselo, pues quien para sí consiga
corporativizarlos partirá con mucha ventaja. A ver cuántos los aguantan más de
cinco minutos. “Todos los ahorcados
mueren empalmados”, de Siniestro Total (creo) podría ser tonadilla de… Ya
está, del vendedor de las pollitas ponedoras, que la cosa va de pollitas y
además es, según tengo entendido, un putelano de Valladolid. Cómo se atreve. En
fin, el resto lo mismo. Pero con lo que tenemos ya disfrutamos mucho y estamos
tan contentos. No obstante, cuenten estos comerciantes con mi asesoramiento a
precios muy competitivos.
Fin
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