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07 marzo 2024

(₸X) Un enfoque psicológico de la sexualidad


La función sexual 

Sin duda, los primitivos pobladores de la Tierra no debían estar al corriente de los designios de Dios sobre la preservación de las especies. Con mentalidad científica, en el proceso de aproximación y maduración sexual del ser humano se intuyen fácilmente otros móviles. Debió ocurrir que una fuerte atracción entre seres en principio de distinto sexo (sin duda instintivo, heredable y susceptible de ser mejorado, tanto filogenética como ontogenéticamente) serviría de activador al proceso de “aproximaciones sucesivas” o “ensayo-error”. Por aproximaciones sucesivas al foco de placer, cada vez más certeras y gratificantes, debió llegarse al conocimiento del punto álgido de descongestión y satisfacción sexual a través del coito, que sin ningún género de dudas prometiéronse no dejar de buscar nunca más. El placer suele ser el mejor refuerzo y vehículo del saber. En lugar de la letra con sangre entra, la letra con risa entra mucho mejor. En las primeras relaciones sexuales hubo de primar más la satisfacción de una auténtica necesidad, que la procreación y la perpetuación de la especie. La toma de conciencia de esta última motivación, en principio vegetativa e intrínseca, por tanto inconsciente; es posterior y llegará con la abstracción, la racionalización y la expresión fenomenológica del hecho innato. Se sienta así la premisa que la sexualidad es instintiva y, con el tiempo, doblemente hedonista. ¿O es que acaso el saberse “perpetuado” no es otra forma, en ocasiones hasta retorcida, de placer?.

Sucede, no obstante, que por exigencias sociales más o menos razonables o principios religiosos entelarañados, se ha dado con frecuencia una perspectiva distorsionada de la sexualidad. El enfoque religioso ha sido y es especialmente manipulador. Su objeto es controlar represivamente uno de los principales factores de liberación, cual es el sexo lúdico que, junto al librepensamiento, han sido siempre los mayores enemigos declarados de las religiones. En la prohibición de la contracepción no hay más lógica que la supervivencia de estas multinacionales de la redención (hay otras no religiosas pero igual de dañinas que también lo son). Superpoblar la Tierra más allá del alcance de sus riquezas derivará en más injusticias, más desheredados, más hambrientos y, en definitiva, más carne a redimir y el subsiguiente aumento de la clientela a la que salvar. Por otra parte, a más reprimidos sexuales, más devotos de lo que sea. Está bien pensado. Pero también la sociedad nos atosiga por narices, ojos, oídos y cerebro entero con románticos valores “universales”. Tal el caso del amor colorista y por entregas, o el sentido “mágico” de la pareja (y tanto, porque el que puedan pagar la hipoteca entre los dos ya es pura magia), entre otros. 

Disfunciones sexuales 

Antes de entrar en el campo del discernimiento entre lo normal y desviado es conveniente fijar responsabilidades. Las conductas sexuales llamadas desviadas, o son producto de impuestas disfunciones morfofisiológicas (con escasa significación estadística), o bien son los prejuicios culturales (mejor, inculturados y que se irán pergeñando) los generadores básicos, no ya de desviaciones inevitables, sino también de las mayores perversiones y aberraciones. 

Por fortuna para el sentido de tolerancia no hay un solo criterio de normalidad, sino varios. En nuestra cultura, y según un criterio llamémosle “socio-estadístico”, podría considerarse disfunción cualquier comportamiento sexual que excluya el placer por coito, canalizado éste -además- a través de una pareja relativamente estable y con apariencia de fidelidad. Porque, ¿acaso no se juzga y se sentencia (de forma particularmente cruel a la mujer) por una infidelidad hecha pública?. Sin embargo, definir un criterio de normalidad cualitativo y transcultural más equilibrado es complejo y necesitará de matices muy específicos. A ello voy. 

Sobre la pareja, ya se sabe que es una herencia de ancestros, la cual sin duda ha mostrado las suficientes bondades en el proceso adaptativo y perpetuador, pero no es un valor en sí misma. ¿O es que una pareja desequilibrada no es al menos tan peligrosa como el engendro marginal que pueda legarnos?. Una frígida por vaginismo podrá canalizar su sexualidad por vías que no le resulten traumáticas, aunque no sean las socialmente aceptadas, y no por eso su relación será más perversa que la de una pareja formal pero malsana. Las apariencias salvarán el honor social pero no la corrupción psíquica del núcleo relacional. Con perspectiva psicológica, podrán reprocharse las condiciones en las que se ha criado un homosexual o un afectado de impotencia por etiología psicológica, pero no tenemos derecho a juzgar y sancionar sus conductas de adulto cuando viven su estado en equilibrio personal y relacional; esto es -entre otras cosas- sin hacer daño a nadie. Después de todo, ellos no son los principales responsables de su situación. Tras la que sería una interminable lista de “desviaciones” y perversiones laten serios conflictos afectivos y de relación. Hipócritas de doble vida y doble moral que desconciertan la razón de sus hijos. Padres que por sus lacras (brutales, dominantes hasta el aniquilamiento de la personalidad del otro, ambivalentes, neuróticamente superprotectores, posesivos, con visión culpabilizadora de la sexualidad, etc.) son desquiciantes modelos. Hay tras todo ello, en última instancia, una total ausencia de formación e información, una inexistente o desenfocada educación sexual, un medio familiar coercitivo e impositor hasta el despotismo y, en casi todos los casos, una feroz represión sexual.

La necesidad de educación sexual 

Sé que resaltar el papel de la educación sexual es contribuir a su mitificación (nadie se cuestiona ni se ruboriza sobre la necesidad de educación viaria), pero dado que pesa sobre este tema una fuerte visión tabú retorcida y/o necia es preciso hacerlo. ¿Y cuándo debe comenzar?. Desde el primer aliento debe favorecerse en el niño el conocimiento natural (en función de su curiosidad) de la naturaleza de los sexos, la aceptación del propio con sentido de realidad y el respeto por el ajeno. En primer término señalaría que la sensualidad en las relaciones entre padres e hijos es un placer limpio, absolutamente legítimo y deseable (contactos cutáneos, amamantamiento, calor, etc.). Sexualidad no es sólo genitalidad, es además genitalidad, pero descubrir los genitales, explorarlos de forma congruente y sin represiones cuando la curiosidad lo demande, notar su utilidad y gozo llegado el momento, etc. ; sexualizará sin traumas. Y cuanto más definida tenga su sexualidad un ser, menos manipulable será, condición especialmente útil para las mujeres a las que por la sexualidad se las ha tenido en situaciones de inferioridad, y entiéndase esto sin caer en memeces de insustanciales “igualdades”, pues no somos iguales ni falta que hace. Debe evitarse asociar órganos genitales a suciedad o impureza, pues si bien se encuentran próximos a ciertas vías expurgatorias, no lo son más que otra descuidada parte del cuerpo. Unas y otras cumplen además funciones muy saludables. La educación sexual consistirá sobre todo en dar elementos de respuesta a la precoz curiosidad de los niños. Los órganos deben nombrarse justamente cuando dicha curiosidad lo exija (pene, vagina, etc.), pues la verbalización lleva al conocimiento y dominio. Incluso, y si viene a cuento pues tampoco se trata de discursear cual loros listillos, han de integrarse las acepciones más coloquiales y vulgares y los diferentes ámbitos y circunstancias en los que se emplean o pueden ser empleadas. A ciertas partes de los genitales femeninos como la vulva, los labios mayores y menores, etc.; también se les llama “coño” o “chichi”, por ejemplo. O debe explicársele cuando la coyuntura lo requiera que la expresión “hacer el amor” tiene el correspondiente vocablo, coloquial más que vulgar, en “follar” (entre otras muchas), término éste polisémico y connotativo donde los haya que posteriormente podrá ser utilizado de diferentes formas, con diferentes intenciones y en diferentes contextos (por ejemplo, su uso como componente mórbido en las relaciones íntimas, o el despectivo “que te folle un pez”, etc). Todo esto el niño también debe saberlo de casa y no de la calle . Un discurso ambiguo, embrollado, contradictorio o siempre vulgarizado sobre el sexo desconcierta a los niños que no ignoran la importancia vital del tema, se sienten engañados y es entonces cuando empiezan a percibir el sexo con una gran carga tabú que a toda costa debe evitarse. Sin embargo tampoco es conveniente suprimir del todo la “carga tabú”, pues ésta envuelve el hecho de un cierto halo de misterio y morbo siempre muy deseable en las relaciones sexuales, pero de lo que en cualquier caso y en cualquier momento podamos hablar sin sonrojarnos más que un infernillo de antaño. Cuando a un niño se le responde de manera relajada y precisa nunca tendrá sentido de culpa y comprenderá que su curiosidad era legítima. Se evitará así también en gran medida desperdigar por el mundo a esa lacra de degenerados que lo son precisamente por no haberse seguido este tipo de pautas en su educación en general, la cual incluye la sexual. Y si las preguntas superan los conocimientos de los interrogados es antes más conveniente confesar la ignorancia que distorsionar o rehuir el discurso. ¿Por qué no hablar de sexo como de semáforos, o casi?. 

La educación sexual debe tener también un sitio en la escuela. Ésta debe reforzar el lenguaje adecuado y hacerlo común. Ella es la más indicada para dar una visión socio-cultural del incesto. Las clases mixtas, cargadas de tolerancia entre sexos y personas de opinión diferente (sin caer por mor de la falsa “igualdad” en el actual sexismo fantoche, de una estulticia a la que no se le conocen límites) fomentan enormemente una equilibrada educación sexual. Igualmente la existencia de monitores de ambos sexos, con visión complementaria e incluso contradictoria del problema son polos de identificación muy útiles. En las condiciones anteriores los niños aceptarán su cuerpo, su sexo, vivirán de acuerdo con él, respetarán el otro, no encontrarán en el placer culpa, etc. En definitiva, sentirán un gran equilibrio interior y un nivel de madurez integral propio de su edad, por supuesto, pero en verdad envidiable. ¿No es eso maravilloso? . 

Fin 
El mundo según el Diantre Malaquías 

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