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12 marzo 2024

(₸X) Erótica y poder


Juego de conceptos

Desde el punto de vista de la Psicolingüística (ciencia por cierto que han prestigiado investigadores como el ruso Vigotsky o el norteamericano “rojo” N. Chomsky, entre otros), ¿qué significación encierra el sintagma “erótica del poder”?. Para esclarecerlo deberán someterse a disección semántica los monemas ERÓTICA y PODER.

Según los diccionarios al uso, erótico es lo concerniente al amor, pasión amatoria, amor sensual exacerbado y otras nociones que de momento no aclaran nada. El poder es dominio, fuerza, vigor, posesión, facultad para mandar o ejecutar una acción. Como se ve, la concomitancia entre los términos empieza a asomar. En cuanto al poder específicamente político diríase que es la potestad rectora y coactiva de la sociedad convencional, la cual es la única que se beneficia del monopolio de la fuerza armada para, en última instancia, imponer su autoridad en aras del bien común ¿…?. Por tal se forma parte de ella de oficio, es decir, se quiera o no. En definitiva, poder es fuerza para obligar y lleva implícito otro concepto no detallado hasta hora, la autoridad, que es el derecho y legitimización para ejercer el poder. 
Hay dos vías para acceder al poder: el dinero o la política. La primera exige esfuerzo personal, capacidad para invertir y evaluar el riesgo (que siempre lo hay), inteligencia y méritos; todo ello al margen de la política, si bien ya se sabe que ambos poderes tienden a entrecruzarse, a confluir, a buscarse y colaborar en intereses más o menos (más bien menos) transparentes. Para acceder al poder por la segunda vía puede que en algunos también haya méritos y hasta ejercicio de la inteligencia (lo que más abunda en esta casta son los listillos), aunque por lo general es una senda mucho más fácil y sin apenas riesgos para el aspirante (no suele apostar con su dinero). Basta morro, muchísimo morro, un morro con callos y a prueba de guindilla picante “restregáaa”. Ya me dirán qué otros méritos atesora ese virrey amontillado (que fue) de un “taifato” del N.E. de la península ibérica, con independencia de ser más o menos estudiado, que esto me trae sin cuidado y además entiendo lo de la igualdad de oportunidades (merecidas, en todo caso). 

A partir de aquí, la imagen que de los políticos dimane del presente artículo podrá suscitar contrariedad o hasta radical rechazo en algunos. Pues bien, en ciertos temas no suelo rehuir la batalla dialéctica y me encantaría guerrear con algún interlocutor defensor de políticos. Quisiera saber sus razones. Nada, por hablar sólo. Pero ahora tan sólo se trata de exponer un humilde análisis psicosociológico, con ese puntito de ironía imprescindible para mantener la cordura (ya se sabe, la ironía previene contra la ira), puesto que los tiempos que corren y los consuetudinarios eventos que traen consigo lo merecen y hasta lo exigen. Insisto, cuestión de higiene mental. En cualquier caso, quien a mal tome lo que lea considere que tiene un problema muy suyo. Quizá deba revisar como poco su grado de tolerancia, cuando no otros aspectos de su personal dotación. 

La profesión política 

En la sociedad política se integran dos categorías de individuos. Unos son los profesionales más o menos declarados, gobernantes que sostienen el poder y contragobernantes u oposición manifiesta, que aspiran al poder. Otros, los gobernados, quienes las más de las veces sufren el poder. Obviamente son los primeros el objeto de este análisis. ¿Qué son los políticos?. ¿Quiénes son?. ¿Qué características y atractivos tiene el poder que algunos de cuantos lo ejercen no lo sueltan ni “sodomizados”?. Sí, nos dicen que es muy sacrificado pero, visto el escaso estoicismo de la clase política, uno duda que sea carga tan pesada. 

Todo individuo tiende a intentar alcanzar su propia “perfección” y el motor es el combate interior entre un deseo de dominio y un sentimiento de inferioridad. En el centro estará el equilibrio. A la sed adquirida (no tanto innata) de honores, de consideración, de dinero, de seducción, de logros intelectuales o físicos (“necesidad de logro” para Mc Clelland), de calidad de vida en última instancia; se oponen la mediocridad, el sueldo magro, las decepciones del sexo, etc. Y la posesión del poder permite satisfacer muchas de aquellas ambiciones y soterrar otros tantos de estos últimos conflictos convertidos en complejos. Nada mejor que subirse al carro de un poder que obliga e impone para satisfacer frustraciones que se sienten irresolubles desde la individualidad y la auténtica autosuficiencia. Y aquí entra en juego la ley de las compensaciones. Un mediocre abogado o un médico torpe pueden llegar a ser excelentes políticos, del mismo modo que un hombre “pelele” en casa tal vez ejerza de temido comandante en el cuartel. Soy consciente que cada cual es lo que es, en función sobre todo de fallas en la propia personalidad, susceptibles de ser compensadas o sublimadas. No es para que se interprete literalmente -por favor-, pero de alguna forma el arquitecto lo es porque teme morir aplastado por un edificio mal construido, el endocrinólogo por pánico a la obesidad y/o a la seborrea, al psicólogo lo hacen sus complejos (se sorprenderían …), etc. Otros, en fin, son lo que les dejan ser. 

¿Qué son pues los políticos?. Cuando menos pretenciosos. Puede pensarse que éste es un oficio neutro, pero no. En este oficio el aspirante se arroga (legitimado como mal menor en las urnas) la capacidad de dirigir, cuando no de mangonear a la colectividad. ¡Como si todos fueran capaces!. Dicen los psicofisiólogos que los políticos tienen un nivel muy alto del neurotransmisor llamado “serotonina” y, aunque desconozco a día de hoy la relación causa-efecto entre las variables en juego (no sé si la “serotonina” hace al político, o es el político quien desboca la síntesis de “serotonina”); es por ello -si acepta el lector la broma- que veo la profesión política un tanto delirante y “de alucine”. Algunos se caracterizan por un marcado narcisismo, otros son avaros, mesiánicos, redentoristas, los hay que buscan gloria y boato, o bien bombo y resonancia para unas ideas decimonónicas que hieren la más elemental lógica de supervivencia (algún día escribiré tanto de nacionalismos, como de imperialismos). En fin, políticos son aquéllos que tienen algo muy particular o quizá mucho que olvidar, compensar o sublimar. Téngase en cuenta que un significativo número de ellos aprovechan las prebendas del poder para obtener adulación, riqueza, prestigio, etc; en definitiva, la satisfacción de un “ego” que otros han obtenido a través de su lucha personal, orgullo y carisma propios, osea, sin ayudas del poder. Desde este punto de vista, es más ejemplar el estatus de un Sabina -por ejemplo y que no cunda- alcanzado por sus medios, genio y paciencia, que no el de Sr. Número Tres del Partido, así sea el estatus de éste “servidor público” siete veces superior. 

Por supuesto que no todos los políticos son iguales, ni todos se dedican a la política por torcidas intenciones. Cierto. Pero considérese que el poder es siempre investido y quien a él aspira, tanto por lo que el poder significa, como por la utilización que de él se hace, es de por sí extraño y no siempre (o casi nunca) de limpios propósitos. Otra constatación: claro, llegan arriba los más capacitados, pero sólo de los que aspiran, entre los cuales no es frecuente encontrar a los más inteligentes de una sociedad (recuerden lo del abogado transmutado ahora en político). En este contexto la palabra capacitado debe entenderse como ambicioso, frío, calculador, constante, de astucia filopsicopática (que es inteligencia pero unidireccional y perversa) y sobremanera cínico, muy cínico. Creo que el cinismo es la palabra que destaca y mejor define a gran número de políticos, el cual parece inmunizarles contra la crítica y anestesiarles contra la autocrítica, de modo que pasan (y algunos hasta se lo creen) por “servidores públicos” competentes, cuando de lo único que sí parecen capaces es de llevar a la ruina integral (moral y económica) a la comunidad donde gobiernen, con tal que a ellos no les muevan la silla de mando. Cinismo que escalofría como una navaja barbera en manos de un fígaro convulso, y del que resulta un incomparable espécimen ese “renegado cordobés amontillado de estómago cortés”. Convénzanse, en el haber cultural de algunos no encontrarán nada más allá de esa maquiavélica sentencia de... “el fin justifica y tal y tal...“, que tan bien han aprendido (a eso llegan) y que ejecutan con la frialdad de un témpano en plena glaciación. Por otra parte, si alguien de los que acceden a lo más alto de la cadena de mando tiene un cierto mérito, éstos son los líderes; a la sombra de los cuales crecen otros no siempre capaces y a los que sólo la inercia de las masas, su apatía e ignorancia, su irracional y necia reverencia por los políticos, aúpan a un poder que luego éstos pueden desacreditar con decisiones a todas luces de una incompetencia supina. Pues no hay ejemplos…, para quien quiera verlos. 

La erótica 

Ahora bien, como ya quedó apuntado, todo es válido y legítimo mientras no se olvide la pretensión del buen gobierno, en equilibrio ajustado entre lo que se es, y a lo que uno se debe (a una comunidad plural, sí, plural). Es decir, todo depende de cómo se ejerzan las diferentes funciones que en la sociedad están establecidas. Pues los hay que cuando colman sus aspiraciones personales se olvidan de gobernar si ello no les reporta beneficio. Y como políticos, tanto más mediocres serán cuanto más conformistas, ya que el poder es por definición no tener a nadie por encima de ti. Y ojo con los instalados que traducen a su antojo y conveniencia las aspiraciones de los militantes y el pueblo llano. Ellos son el verdadero peligro para la democracia. Cuando se pierde la honestidad intelectual más o menos brillante, y cuando se producen abusos o escándalos se pone en peligro la democracia. Aquí ha podido estar en peligro, pero no tanto por el terrorismo o las huelgas y movilizaciones, sino por un rosario de sangrantes y continuadas corruptelas que ofenden hasta la más elemental de las inteligencias. Sin embargo, cuando correspondan elecciones o ellos decidan convocarlas, en nuestras manos está aplicarles el severo correctivo de la abstención masiva, verán cómo tiemblan. Por fortuna, el ruido de sables (ante el que serían los primeros en abandonar el barco cual ratas en un naufragio) parece haber quedado ya muy lejos, aunque el espanto los paralizaría de igual modo, “por si acaso”. No, si la situación no pinta muy fea, irse no se irán, pues con la excusa de que quien no vota es porque no quiere se justifican y echan balones fuera, aferrándose al poder con las garras tan afiladas como las del buitre que ha olfateado carroña. Y háganlo antes que desmantelen el estado, pues uno sospecha que ciertos políticos podrían estar ya embalando hasta los muebles de propiedad pública para llevárselos. 

Si se da un paso más en la clarificación de la inicial concomitancia entre los términos en estudio, habrá de señalarse que la relación entre uno y otro estriba en la utilización de la política para satisfacción de un “ego” claramente inflado de una presunción y narcisismo, con frecuencia fuera de lo racional. A pesar de lo expuesto, algún lector habrá que exija mayor concreción en cuanto a la erótica. Pregunto: ¿quién, siendo octogenario y fuera de las medias o altas esferas del poder político y/o económico puede gozar de hembras tan rollizas como las que algunos de ellos lucen?. ¿Acaso algún socialista habría soñado nunca requebrar a nietas del mismísimo General (o, según para quién, del mismo Generalísimo)?. Que nadie se engañe, los poderosos lo tienen mucho más fácil para fornicar y lujuriar con sutilezas e instrumentos varios. En el caso del político porque, aparte de poder salir de la hambruna o directamente “forrarse” con su "altruista" oficio, además legisla y marca el camino a los otros ricos de los que muy pocas veces no saca sucio provecho. También son los sujetos que suscitan adulación, reverencia y mito en babosos (y babosas) y mamones (y mamonas), tan proclives ellos (y ellas) a la adoración por fe (¡qué necios!) o por cinismo puro. Incluso estas escaramuzas, con el sexo de por medio y como actor principal, se utilizan para medrar y ascender puestos en el escalafón, lo que convierte a los vocablos “mamones” y “mamonas” en nada banales y sí cargados de significación tan connotativa como literal. Yo mismo en su momento estuve tentado de seguir la carrera política por estas indudables ventajas, pero me dí cuenta que exigía una excepcional fortaleza orgánica y visceral, de tal manera que por dejar cadáveres (reales, en ciertos casos) a lo largo del trayecto no habrías ni de inmutarte. Y para esto ni estaba ni estoy preparado. En fin, el poder es una especie de nirvana a la que unos llegan por esfuerzo y méritos propios, en tanto que otros lo hacen a través de una senda segura y sin riesgos personales, porque se juega con dinero ajeno y además se cuenta con la adulación fácil que la autoridad comporta. ¿Hay o no erótica en el poder?. ¡Hala!, y a seguir prosperando que si los de arriba se las benefician los de abajo no catamos. 


El Diantre Malaquías 


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