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13 diciembre 2023

(₸X) Elegía impertinente (Homenaje póstumo a Aníbal L. Tello, mentor cultural en yermos parajes)


Aníbal, amigo, para empezar te diré que tu historia es como la de San Antonio, sus prédicas y los peces. Cuán baldíos pagos te atreviste a labrar e inseminar de cultura. Tú, tan convencional y al mismo tiempo tan contracorriente. Facha para la secta de moda, que de tanto perder enjundia y desteñirse ha pasado de progresista a sólo “pogresista”. No todos ellos, claro, pero algunos no dan más de sí. En fin, mira cómo empiezo a provocarte. ¿Te acuerdas de las veces que me censuraste artículos por mi irreverencia, o así?. Pues ya ves, hoy pienso ponerte en un brete, porque la semblanza que de ti haga no será al uso. O lo intentaré. Conoces mi obsesión por alejarme de los tópicos, a los que yo defino como expresiones propias, y sobre todo ajenas, manidas ya cuando su uso supere el par. Podría facilitarte las cosas (aunque seguro que ahora no necesitas ayuda) señalando con un asterisco los giros y vocablos a los que aplicarías tu tijera de Torquemada. No lo haré por no complicar el trabajo de imprenta. Por cierto, mi homenaje empieza con parábolas al modo bíblico y castellano recio. Tan a tu gusto y tan poco valorado por meninges amojamadas del desierto que te envolvía. Tú, el río Jordán que humilde corría en medio de la nada, dibujando en sus riberas un breve pero tupido vergel que a duras, a muy duras penas abría brecha entre la vorágine de ese otro río Besós, cauce rojo y de tantos otros colores con predominio de los tonos mierda. Lo van mejorando, Aníbal, lo van mejorando. Y lo seguiremos amando, aunque no tanto como a tu ubérrimo Jordán, que tiene mucho más mérito.

Vayamos con tu semblanza, Caballero Andante (pocas veces mejor dicho) de Valdepeñas, amante moderado de los frutos de la uva, de la buena uva. Quijote, que fuiste quijote en páramos fríos, y no precisamente de ese frío y esos yermos de tu Mancha, que tal frío y tales yermos es sólo cuestión de grados en el termómetro o aridez únicamente en los campos. Señor de corbata a diario y gabardina puede que gris claro, de tiros largos, abrigo de sastre y misa los domingos, con tu digna compañera, señora y madre de tus hijos, como Dios manda. No olvidaré nunca la noche que con nuestras familias cenamos en La Taberna del Arte una cena también muy quijana, con quesos en aceite, jamón de cerdo oscuro y otros pecadillos de la gula. Os acompañábamos de regreso a vuestra casa y en el trayecto tu mujer y mi suegra, cogiditas del brazo como si toda la vida hubieran sido amigas y confidentes, la una sin saber ni palabra de español y la otra ni palabra de alemán, no callaron en todo el recorrido, hablando quién sabe sobre qué, y en qué extraño esperanto. Claro que el buen vino despierta hasta el don de lenguas. El domingo lo completabas con la lectura del ABC, del que decías te informaba. De los medios al uso en tus habituales paisajes, los que podías encontrarte allí donde desplegabas cual libro abierto tu tortilla de jamón y perejil, más que lecturas te eran vacunas, dosis virales contra lo somero o directamente vacuo. Sin duda siempre tuvo más contenido intelectual tu bocata abierto que ese otro medio zafio, parco en letras (por eso es el más vendido en ciertos predios), trivial, voz de sus amos y -cómo no- “pogresista”. Lo conocíamos por El ePidérmico de Catalunya, que habla lenguas, pero no educa en ninguna. Nunca logré convencerte de pasarte a El Mundo, ya que Pedrojota te parecía demasiado liberal. Ni te digo la risa que te entraba cuando te pedía empaparte un tantín de la excelsa modernidad que rezuman las publicaciones del imperio (“social”, por supuesto) Polanco. Todo, todo muy “social” y de "pogreso". ¡Qué bonito!. 

Caballero Andante, o mejor Andarín, que pateaste esa ciudad, hoy Babel de múltiples idiomas todos a medio decir, tratando de desparramar por las tiendas y negocios algo de sintaxis y semántica de cierta solidez y coherencia. Además, con tanto paseo comercial fuiste compensando tus excesos que, aunque pocos y veniales, alguno sí tenías. Ya digo, ese tu deporte te acercó al final de tus días bien erguido y henchido de dignidad. Sólo tu último año doblaste, pero no mermó para nada tu decoro. “Estoy enfermo del alma” decías a tu hijo, homónimo y puede que heredero de tus dotes censoras. Tú, que en bares cutres de suelo adoquinado con peladuras de altramuces y cáscaras de gambitas saladas hiciste ágoras de cultura, cafés Gijón de esa ciudad donde el analfabetismo funcional es signo de identidad. Qué valor. Y encima, hagan lo que hagan sus políticos siempre van a ganar los mismos, y seguiremos igual, Aníbal amigo. Nunca llegarán los nuestros ni aunque desde allí donde estés te empeñes en el milagro. No lo intentes, que luego nos echarán a nosotros la culpa que estallen viviendas o apaleen a niños sin que los S.S. (con perdón) se enteren. 

Y sí, allí donde estés porque tú, tan inquieto, no es posible que te hayas ido sin más, sin estar ahora mismo intentando probar que hay y tienes vida después de muerto. Tú, tan alejado, tan en las antípodas de lo políticamente correcto (epidérmico e insustancial), que nunca fuiste infiel (así lo creo, granujilla) a nadie de quienes querías. Bueno, las mozas rollizas algo afectaban las órbitas de tus ojos, pero te contenías y como mucho salían de tu boca requiebros delicados, sutiles, elegantes, de Caballero Andarín, que así serás para mí ya siempre. También te sacaban de tus quicios ciertos comportamientos y es entonces cuando decías que creer en Dios te ponía límites, pues de lo contrario... No, no los hubieras necesitado, que en tu alma -creo- no cabría más bondad. De Valdepeñas sacaste el porte, tus entrañas y las altas miras de tus meninges, tan cervantino todo ello. Y algún pecado venial, como ya insinuamos, sí habrás tenido que presentar en el zurrón de tus cuentas al Altísimo. Por ejemplo, tu pasmosa facilidad para travestirte en escritor o escritora, tanto daba el sexo. Te gustaba el juego, malandrín. Así que utiliza tus influencias con San Pedro para que en el Purgatorio, que es donde lo venial se purga, hagan contigo como con las carnes exquisitas: vuelta y vuelta y a formar parte del coro de serafines, querubines y pléyades celestiales, a quienes enseñarás a tomar unos vinitos y a debatir sobre versos métricos (los tuyos) o asimétricos y más modernos, que igualmente apreciabas. 

Sabe Dios y lo juro por mi honor (muy adecuado a tus maneras) que este escrito no es ninguna falta de respeto ni a ti, Aníbal protagonista, ni a tus creencias, más bien al contrario y tú que me conoces bien, bien lo sabes. Es sólo algo de retranca que estimo sana. Una disculpa, Aníbal amigo: no pude despedirte de cuerpo presente, pero ahora mismo te estoy dedicando y con sumo, sumo gusto mucho tiempo en esta despedida de cuerpo (y sólo en su versión material) ya ausente. Y estoy seguro que, sabiendo de la incuria de algunos para afeitarse, ese lunes de tu entierro conseguiste que lo hicieran, que se maquearan y perfumaran y, en su también sobrio y elegante estilo mesetario, te dieran su último adiós. Todo un milagro que pienso presentar al mismísimo Ratzinger como el primero de la serie necesaria para el protocolo de tu beatificación y posterior canonización. Porque mereces ser Santo y patrono cultural de los “negaos”, de los “sostenella y no enmendalla”, de los ciegos de encenegado espíritu. San Aníbal L. Tello, patrón y redentor de estólidos, entendido el término como seres de cerebro espongiforme, osea, de piedra pómez por cuyos poros se escurre cualquier atisbo de espíritu cultivado. No te me revuelvas ahí arriba, censor compulsivo, y ocúpate de que tu hijo no se inquiete por nada de lo que en este escrito lea, porque todo lo que en él va es cariño, admiración y respeto. Me adelanto y diré que sólo yo soy el responsable de continente y contenido, exculpando de toda responsabilidad a cualquiera que esté relacionado con esta publicación. Tengo también la certeza que su lectura te habrá arrancado esa mitad sonrisa y la otra mitad risa sin son (de aprobación, por supuesto), que tan grabada a hierro candente siento ahora mismo en mi frontal y parietales ambos. Un cariñoso y eterno abrazo, Aníbal amigo. Hasta siempre. 

M. Miguélez Castrillo, Psicólogo 

En algunos escritos, pseudónimo de Sasién

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