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18 julio 2024

(₸X) Credenciales de Psicólogo


      No quiero pecar de presuntuoso o soberbio porque me parece una impostura, sin embargo creo con toda sinceridad que mis conocimientos y experiencia tienen un valor añadido y aportan algo nuevo al mundo de la Psicología. Entre otras contribuciones, tiene para mí un especial sentido la crítica, pues nadar un poquito contra corriente siempre lo he visto como una actitud por supuesto genuina y hasta lúcida. La razonable -por tal lícita- transgresión excita y motiva, lo ya sabido -por fácil y previsible- narcotiza y adormece las conciencias. Para empezar, mi estilo o mi manera de entender casi todo lo referente a la Psicología no es desde luego la usual. Ya en la Universidad alguien dijo de mí que muchas de las afirmaciones que formulaba en clase no las extraía de los libros, a lo que contestaba que los márgenes de mis libros estaban hechos una porquería de reescritos, apostillas, dudas, réplicas y anotaciones diversas u otros comentarios de lo más variado. También en la práctica profesional hay mucho de mi singular forma de ser y de hacer, lo que no debe interpretarse obligatoriamente como un halago, si bien estoy bastante satisfecho de cómo hago mi trabajo y de los resultados que con él se han ido obteniendo. El modo de abordar las cuestiones que se me presentan ha resultado muy eficaz, en ocasiones incluso brillante. No ya el diagnóstico o el pronóstico, que pueden expresarse en forma muy convencional y académica (a ser posible con abundantes siglas que visten mucho, tal que TB, TOC, TDH…), sino el análisis prolijo, la estrategia a seguir, la manera de intervenir, etc.; todo ello investido -en definitiva- de la idiosincrasia propia. Y también el trato. En la Universidad siempre se nos recalcó la importancia de controlar la “transferencia” y la “contratransferencia”, y es cierto que así debe ser. Pero con frecuencia muchos, demasiados lo asociaron a un distanciamiento del paciente, a una relación fría y lejana; lo cual yo siempre presumí como errado y del todo contraproducente. En mi caso siempre apliqué una relación directa, cercana, humana, del mismo nivel entre paciente y terapeuta, pero en roles diferentes, y los resultados me acompañaron. Menos mal que no hace mucho vinieron los más sesudos conductistas a darme la razón, si no tendría al COPC (el colegio profesional de los psicólogos de Catalunya) trinando tras de mí, que ellos velan mucho por el rigor.

Pues sí, el rigor o la seria pretensión del mismo forma parte de mis objetivos. Sé, si me lo propongo, evaluar cualitativa y cuantitativamente cuadros, conductas y resultados. Mido, cuantifico, diseño, experimento si me place o conviene al proceso (muchas veces, no). No obstante prefiero revestir mi trabajo de sencillez y cercanía. Los resultados saltan a la vista, como también algún fracaso mayor o menor. No muchos, la verdad. Vamos, como para no asustarme de mí mismo. Eso sí, procuro no hacer mucho caso de las gráficas en mis hojas de terapia, siendo éste un apartado que generalmente complemento sólo en parte, aunque debo mantenerlo porque algunos detalles del mismo ya son por sí solos útiles y orientativos. Como profesional no desdeño la terapéutica PRIMAL, GESTALT, PT DINÁMICA, PT BASADA EN LA EXPERIENCIA, CONDUCTISTA, etc.; si bien hago especial hincapié en la utilización del modelo COGNITIVO-CONDUCTUAL, cuando las condiciones lo aconsejan y/o lo permiten. Resulta la más humana y una saludable combinación de activación mental, actitudinal y de afirmación personal. Es el modelo paradigmático para alcanzar no ya una elemental autonomía, sino una amplia autonomía integral. Por descontado, soy alguien que detesta el pateo al rigor, como ese profesional usurero e incompetente (seguramente más lo primero que lo segundo, o no) que aplica sesiones maratonianas de varias horas al día, a un “pico” de € la jornada. Qué horror. No se puede ser tan tonto (no me lo creo) como para desconocer que aprender y reaprender supone periodos activos de crecimiento y otros refractarios o incluso regresivos, por lo que el tratamiento debe extenderse en el tiempo de forma racional, tanto en planteamientos técnicos, como pecuniarios. No puede ser que no lo sepa, por lo tanto quien así actúa es un usurero que lisa y llanamente está estafando a un cliente (que no paciente, en este caso). 

Es cierto que no siempre es posible el tratamiento psicológico (psicoterapéutico, para ser más exactos), por diversas y coyunturales razones de lo más variado. Desde la naturaleza de cada cual, a la actitud entorpecedora o poco colaboradora de los padres y madres cuando traen a sus hijos (de forma particular si entienden que responsabilizarles es culparles), o la existencia de trastornos de origen y pronóstico inciertos y en los que es muy difícil explorar sin avasallar la intimidad del paciente, con demasiada frecuencia tan celosamente guardada en el ámbito familiar. Sin embargo, en muchísimos más casos de los que hasta ahora se nos ha permitido intervenir, el papel del psicólogo habría de ser insoslayable e incluso determinante. Considérese -como botón de muestra- la trilogía NEUROSIS CRÍTICA, PSICOSIS, ESQUIZOFRENIA ASENTADA (personalmente me cautiva la fenomenología del baile entre estos tres términos). He podido observar cómo una NEUROSIS AGUDA, extrema, ha pasado a PSICOSIS, donde la disociación entre realidad interna y la externa u “objetiva” pasa primero a ser una “adisociación” o disociación ciega (no se ha manifestado todavía la doble personalidad, pero ya aparece un corte entre estas dos realidades) y acaba por asentarse en ESQUIZOFRENIA arraigada, donde ya se ha perdido la capacidad de comunicación con el mundo que llamamos real, y con el primer brote el despliegue disociativo cursará de forma más o menos aparatosa, pero cursará. Y esto se produce por fragilidad caracterial, o lo que fuere, en quienes por dejar condicionar tanto su mundo interior e identitario se convierten en vulnerables, o tal vez ya los hicieron indefensos en sus primeros años por una educación desatinada (interventora en exceso, por ejemplo). Me da igual que la ortodoxia con vocación censora pueda llegar a cuestionar tesis como la que aquí sugiero, tan sólo trato de exponer con la mayor fidelidad lo que me parece de lo que observo. Por supuesto, los nombres que aquí aparezcan son ficticios, pero no las historias. Recuerdo a Antonio, el del botón, taxista por más señas, que de tan buena persona hacía caso a todo el mundo y casi acaba por no saber ni quién era él mismo y, que de no haber sido por el dichoso botón que lo mantuvo unido a la realidad, hoy quizá ya anduviese deambulando en su horas libres por la ciudad donde se emplazara su hogareño manicomio, voceando a los cuatro vientos y en modo ecolálico su trastorno. Cuando lo ingresaban en la clínica mental se decía: “Me dirán que esto es Guadalupe, que mi taxi es un trasatlántico, pero esto será siempre un botón”; todo ello mientras apretaba con fruición el botón en la palma de la mano. El botón fue el hilo que lo mantuvo unido a la realidad convencional. Tratarlo después fue muy fácil y de resultados para sentirse orgullosas cada una de las partes, osea él y nosotros. O también el caso de Luisa, la perfeccionista, que llegó a estar “más para allá que para acá”, sometida a fuertísimas presiones místicas, impuestas en su entorno no por la vía despótica, sino por la sutil y dulce persuasión que encierra mayores peligros. Cuando fuimos capaces de mantenerla “pacá” (el cómo ya se irá viendo, aunque tiene mucho que ver con la recuperación o alcance de una cierta autonomía personal), entonces vencimos. Luis, el artista, y su enrarecido y desquiciante entorno, incapaz de generar no ya un ambiente favorable, sino más bien todo lo contrario, es decir patogénico. Con 700 € al mes, un piso social compartido con otros compañeros, seguimiento psiquiátrico (al principio) y psicológico durante un periodo prolongado, pues caso resuelto. ¿Utópico?. Otro tanto le pagaban al asesino del hacha quien se lió a hachazos con su compañera sentimental, o a otros psicópatas redomados y sin redención. En consecuencia, ¿por qué no dedicar el mayor volumen de recursos a los recuperables?.

Hasta aquí los casos salvables, unos definitivos y otros en proceso y aún posibles. A Pepa le sobrevino un episodio de delirio místico tras abandonar la psicoterapia. ¿Casualidad?. Pudiera ser, pero ahora mucho nos tememos que se haya cronificado su enfermedad y desde luego no es factible la terapéutica sin medicación, que en nuestra opinión ha de tender a moderada. ¿Por qué casos como éstos no nos los remiten los Psiquiatras con entusiasmo y urgencia, para un intenso tratamiento psicoterapéutico, tras el primer brote?. ¿Por qué los responsables no toman medidas tajantes en el mismo sentido?. No, no es sólo responsabilidad de unos. Incluso de ello son responsables psicólogos incompetentes (por nula vocación, quizá no por tontos) que intervienen prácticamente serviles o “a ciegas”, tanto en el diagnóstico como en la aplicación curativa. De Santi, el pintor de brocha gorda y Pep, el frutero ecolálico, podemos saber cómo llegaron a esta situación. En nuestra opinión, entornos muy cálidos, pero al mismo tiempo muy interventores y directivos en lo moral y en el propio desarrollo de la autonomía personal los fragilizaron tanto que no pudieron resistir ni soportar una gravísima inconveniencia, como la de encontrar a su chica (Pep) y mujer (Santi) en la cama con otro. Quedaron colgados para siempre. De ellos se sabe que antes eran o un muy buen estudiante o un magnífico profesional de la brocha gorda. Sin embargo, ahora no sabemos cómo atajar la situación actual. Santi es el único responsable de sí mismo que prefiere y se queda con su divina locura, envuelto en su solitario deambular tranquilo y sereno por las calles de la ciudad. La gente lo conoce y lo saluda, él -cortés- responde pero sigue manteniéndose alejado. Con Pep, como en otros muchos casos, quienes debían atenderlo adecuadamente en realidad no lo hicieron porque no creían demasiado en nuestros planteamientos, tal vez por su miedo a que pudiéramos descubrir no sé qué de sus intimidades (ellos sabrán), ni tampoco nos dieron una mínima oportunidad en tiempo y confianza. Cayeron de pleno en la única terapéutica que les da el control casi total sobre el problema (que no la cura, así sea sólo una cura parcial); esto es, a costa de la supernarcotización domaron la presunta fiera. Les viene mejor, es más barato y además no tienen que enfrentarse a la autocrítica respecto a sus actitudes. 

Todas estas singulares e impagables experiencias han ido forjando en mí un concepto de la Psicología bastante alejado de convencionalismos superfluos y repetitivos, más que tópicos. Me han permitido percibir de forma más abierta y flexible los trastornos, su etiología, el diagnóstico y, de ser el caso, la terapéutica que, aun siendo estrictamente psicológica, tendría cabida en los casos anteriores, bien en los exitosos y siempre bien controlados, bien en aquéllos en los que pudiera ofertarse un rol preventivo-educativo o incluso terapéutico, si te dejaran trabajar. Pero muchos entornos están demasiado envueltos en un inexplorable (tanto como supuesto) secretismo. En realidad, en las PSICOSIS/ESQUIZOFRENIAS muy a menudo se dan los entornos en exceso plúmbeos e impenetrables, como para pensar de buenas a primeras y en muchos de los casos (me remito a lo que la Escuela de Palo Alto denominó ESQUIZOFRENIA CISMÁTICA), en una etiología orgánica, aunque tampoco la negaré. Ojo, no se vuelva a confundir etiología con el indicador que la acompaña (a uno no le pasa algo porque es introvertido, sino que es introvertido porque le pasa algo, ¿se entiende?). Pues nada, a amodorrar al paciente que así quedamos tranquilos y nos dejamos en paz los unos a los otros (padres a terapeutas y viceversa). 

Pero…, ¿y las neurosis a las que un buen número de Psiquiatras aplican con sus pacientes terapéuticas no sólo inútiles, sino ilegítimas, de dudosa legalidad e incluso asesinas?. Resulta que en cualquier clínica bien llevada, tanto el diagnóstico como el pronóstico de las neurosis son poco menos que pan comido, a excepción de los trastornos obsesivo-compulsivos, los cuales tienen un pronóstico complicado e incierto. Por supuesto, un buen pronóstico depende mucho del modelo terapéutico elegido y de la idiosincrasia global del propio paciente, pero en general -si se elige bien la terapéutica- los resultados son apabullantes, incluso con pacientes de escasa lucidez natural, ya no digo la adquirida como pueda ser el nivel cultural, grado de formación, etc. Sucede que muchos nos llegan arrastrados de tanto fármaco. En enero del año 2000 el IUSM (Instituto para el Uso Seguro de los Medicamentos y adscrito al Hospital Clínico de la Universidad de Salamanca) señaló que se producen más muertes por el uso inadecuado de los fármacos que por accidentes de circulación o neumonías. Nadie se rasga las vestiduras y, si lo hacen, los laboratorios los visten de Ralf Lauren para que se impongan los “tarugos” fieles a la secta química. ¿Podrían cuantificarse las producidas por psicofármacos recetados sin discriminación ni en cantidad, ni en dosis, ni en nada?. Yo lo percibo en pacientes que me vienen de psiquiatras. En muchos de estos casos, cuando se avanza en una psicoterapia adecuada, los resultados son, como ya se ha insinuado, espectaculares. En muy pocos casos (dos, tres…) puedo decir que la psicofarmacología haya contribuido a mejorar mis terapias. En el caso de Luisa, la “heavy”, que con su delirio místico dentro de un cuadro obsesivo-compulsivo, el Orfidal y el Tranquimazín contribuyeron muy significativamente a diluir en parte el contenido de los pensamientos delirantes, o al menos que éstos no le generasen miedo. ¿Fueron los psicofármacos?. Sí o no, pero me vinieron muy bien, tanto que en otras ocasiones los propuse, aunque los resultados ya nunca más los vi tan tangibles. Tal vez el efecto placebo hizo mucho, pues en los que esperan magia son muy efectivos, al menos en principio. En cualquier caso, del Tranquimazín no me extrañan sus benefactores efectos místicos, pues otro paciente, Andy el cartero, con amplia formación universitaria y un cuadro fóbico severo a cuestas, ante la dificultad que le suponía practicar la “desensibilización sistemática” y las “aproximaciones sucesivas” optaba por la pastillita, con una frase muy sonora tal que así: “a mi plin, yo tomo mi Tranquimazín”. Me consta que, a trancas y barrancas, pero sigue haciendo una vida más o menos normal. 

Con los psicópatas no tengo un extenso contacto, ni lo pretendo, si acaso a través de algunos informes psicológicos o periciales para los Juzgados, y si algo me interesa de ellos es seguir aprendiendo de su dura y perversa personalidad, entiéndase que en teoría sólo, claro está. Y ahora que se citan los informes, en contra de muchas opiniones (¿?, o así) ultraortodoxas, reivindico mi derecho a realizarlos de parte, cargados de pasión, subjetivismo y sólo ceñidos a la búsqueda del bienestar de quien más se lo merece, en ese juego muy a menudo repleto de interacciones mezquinas, chantajistas, manipuladoras, detestables en definitiva; en las que también muy frecuentemente se ven inmersos en medio de la vorágine niños bastante o del todo indefensos. Procurando no conculcar ni derechos individuales, ni nada, aunque a veces tiene uno que echar el freno de mano (más que nada por prejuicios judiciales contra el informante, no por convicción moral) y no cascar a diestro y siniestro. Más de una vez me he repetido a mí mismo que si quien me hubiese solicitado el informe fuese la otra parte, la que por demanda me toca dejar lo mejor que pueda, la sometería a un ataque demoledor. Pero no se me solivianten los ayatolahs del rigor, que yo también me lo pongo por bandera y muy en serio, por crítico que sea con el asunto. No es tan difícil en el proceso pararse, abstraer y concluir a qué parte se trata de tener en cuenta, proteger y defender si preciso fuese con las subjetivas “verdades enteras” y de las que el perito como experto puede y debe aportar a título personal y bajo su riesgo, sin grafías bonitas que lo acompañen; y no tanto las que se derivan de los análisis estandarizados. En fin , uno piensa que el buen hacer del Psicólogo no ha de estar reñido, antes al contrario debe ser enriquecido, con un estilo personal expresión de unos conocimientos desprovistos de prejuicios que siempre comporta el saber borrego, y provistos de una amplitud de miras e imaginación que amplíe, matice o redefina las teorías más reconocidas, que hasta éstas, por muy útiles y sesudas, también son limitadas. En todo lo anterior subyace el afán por el criterio propio, del que me siento muy satisfecho (bueno, casi siempre) y si otros no pueden sentirse igual no es tanto porque yo los considere tontos o memos, sino porque son ellos los que así se ven o así actúan. Cuestión de autoconfianza, la cual también se entrena. Cuestión sólo de decirse a uno mismo esto como sea lo saco yo adelante. De igual modo quedan pergeñados los campos para los que, bien la investigación teórica o en su práctica tendrían iniciativas, propuestas, matizaciones y podría aportar un activo plan de conocimientos novedosos. Tal vez igualmente en otros temas o aspectos que, al no pretender aquí hacer descripción exhaustiva alguna, sólo una pergeña, no se citan; aunque muy bien podrían de igual forma agitar mis meninges en forma de motivación. 

Acabaré con una historia que en su momento me demostró que no me había equivocado de profesión. Cierto día de hace unos cuantos años (yo era del todo novato) una chica joven me llamó por teléfono y con la lengua pastosa hasta el límite de lo ininteligible me confesó que se había tomado no sé cuántos psicofármacos con más de media botella de ginebra. Se negaba a seguir viviendo (eso decía) y no quería nada más que hablar conmigo. Estaba sola en su casa y no quería acudir a ningún centro y yo tampoco sabía su dirección, pues se negaba a dármela. Quería morir, sólo morir y en aquel mismo instante (repetía). Después de cinco u ocho angustiosos minutos y no sé cómo, desde luego con mucha vehemencia y convicción, logré convencerla que me diese la dirección y el teléfono, diciéndole la verdad, que llamaría a las asistencias y las prevendría, como así fue. Yo no conocía y todavía hoy no conozco a esa chica, creo que nunca la conoceré, al menos conscientemente, pero ella sí dijo conocerme y sabía quién era yo. Me enteré después que la operación de “lavado gástrico” había tenido éxito y al día siguiente volví a recibir otra llamada desde el hospital. Era la chica que me agradecía mucho lo que había hecho por ella, me contaba cuánto había aprendido a valorar la vida con esta experiencia  y me encumbró no sé cuánto más. Todavía en otra llamada de ella ya de vuelta en casa se repitió la historia, pero ahora añadiendo que no quería conocerme más porque se enamoraría de mí, que en parte ya lo estaba y que eso no sería bueno para nadie. Quizá. Todavía hoy no sé quién es la misteriosa muchacha, aunque es una hermosa historia que forma uno de los pasajes más bellos de mi devenir profesional. 

Fin


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