Razón y religión
Como individuo preocupado por el saber y la ciencia, conozco las grandes limitaciones e incertidumbres, con frecuencia desconcertantes, que uno encuentra en el intento de interpretación rigurosa de algunos fenómenos y en general del mundo que nos rodea. Sin embargo, ha de disculpar el lector creyente el enfoque agnóstico del tema, si es que se quiere tratar con cierta objetividad. Y para justificar tal aserto -perdóneme ahora el lector cultivado- es preciso distinguir entre agnóstico y ateo. Éste niega la existencia de Dios, de cualquier dios; entendido como ser, inteligencia superior, esencia, ente o como se le quiera llamar que, estando por encima de la materia en su estricta significación actual, explique no sólo ésta, sino también todo aquello donde el conocimiento humano aún no ha podido llegar. El agnóstico niega a la inteligencia humana la capacidad para comprender la existencia de lo absoluto, de Dios y sus atributos. Si se fijan, el matiz es determinante. Aquél rebate lo que no conoce, en tanto que el agnóstico sencillamente no entra en lo que desconoce. Es tal el volumen de lo ignorado como para pensar -cuando menos- que hay asuntos que nos desbordan y que, no obstante, no son desordenados ni faltos de coordinación, de manera que pueda dogmatizarse sobre la inexistencia de un orden superior. Por tanto, la actitud agnóstica por neutra, ponderada, abierta y, en consecuencia, más propiamente científica; ha de ser para cualquier pensador por cuenta propia y alejado del rebaño -creyente o no- un filtro al que someter sus teorías sobre esta materia. Ahora bien, no se confunda esto con una defensa de las religiones. Nada más lejos. Ciertamente hay razones para no desmentir la existencia de un orden superior, pero no hay ninguna de peso que permita considerar una religión más dueña de la verdad que otra; ni que por ello -claro está- uno tenga que filiarse a cualquiera de ellas, y ni siquiera el que haya que filiarse.
El “rol” de las religiones
En las típicas tertulias de café, practicantes y convictos suelen criticar de los agnósticos su postura cómoda, oportunista, etc. A ellos los supervisa, juzga y sanciona Dios a través de alguno de sus representantes. Pues sí, pero resulta que pecados más o menos graves de insolidaridad y de otros tipos; a unos, con un sencillo rito, una limosna, una bendición y/o una bala redentora se los perdona su dios; en tanto que los otros, o dejan de cometerlos si tienen conciencia, o nunca la tendrán en paz. Sin duda es más cómodo sentirse perdonado por un jerarca (adormece mejor los escrúpulos) así se confiese, una tras otra cien pascuas floridas, alguno de los veniales y siempre el mismo mortal. He aquí un ejemplo claro del papel subliminal de las religiones. Y no es el único o, si se quiere, tiene versiones. Desde una perspectiva científica, un análisis serio ha de llevar a reducir el sentimiento religioso, como cualquier otro sentimiento humano, a mecanismos simples de funcionamiento psicológico. Y en este sentido, para análogas motivaciones profundas del individuo, surgen casi idénticos cometidos en las diferentes religiones, iglesias y sectas para satisfacerlas. Todas tratan de cubrir en el hombre el miedo a lo desconocido y el vacío del más allá, con dioses y profetas a cual más dispar (cierto es que los ecumenistas ya hablan del mismo Dios con diferentes expresiones, acepciones y profetas; actitud que -de haber alguno- parece razonable). Todas explotan el sentido gregario de los menos formados (un poco aquello de “saben más porque son mejores o simplemente más”). Todas, en fin, además de prometer la gloria por tal o cual acción, canalizan de forma calculada rasgos culturales, generalmente bien avenidos con el poder establecido o, lo que ya es peor por ser mezcla explosiva, los pretenden imponer. Claro que, si bien no pueden establecerse diferencias en racionalidad y coherencia entre los distintos cultos, sí se distinguen en cambio en la calidad y cantidad de sus integristas, osea obtusos. Y en esto, las más significadas, aquéllas que se alimentan de la sangre de sus innumerables e inútiles mártires (inútiles para el pueblo llano, claro), las que siguen alentando en los suyos el resentimiento y la venganza, la paranoia al fin; éstas podrán incluso poner en peligro la convivencia universal; aunque, más bien por limitaciones propias y por fortuna para la humanidad, nunca consigan sus pretensiones.
El mito
¿Y dónde está el mito?. Pero bueno, ¿acaso dentro de 2000 años los seres humanos -si aún quedan- no juzgarán de igual manera nuestros dioses de hoy, como nosotros hoy juzgamos la mitología griega o cualquier otra del pasado?. ¿No es la religión de lo más parecido a una fábula, una ficción alegórica, tomada -diríase que muy profusamente- de forma literal y por tal lerda?. Por ejemplo, algunos hablan de “vida”, y al mismo tiempo favorecen que un perturbado, o un pobre, o todo a la vez; cargue con el hijo decimonono, exigiéndole además que no descargue sus impulsos sexuales (casi su único alivio) como exclusivo medio de contracepción. Todo ello con la promesa de un cielo que habría de conseguir igual sin cumplir tales preceptos, y sin ni siquiera sentirse protegido o bajo amparo de ninguna. Preceptos, por otra parte, que cuando a las potestades les parece, bien por intereses o porque ya no se sostienen ni con grúa, excátedra los cambian y aquí no ha pasado nada. Los inquisidores siguen sin ser culpables. Pero no se lleve el lector a engaño. Pues claro que somos críticos con instituciones religiosas en cuyo discurso se mantiene la prohibición de cualquier tipo de contracepción, incluido el uso del profiláctico en las relaciones sexuales, con el consiguiente peligro de expansión de la enfermedad sexual por excelencia de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo no podemos ser menos críticos con esa parte de la sociedad occidental que se pretende progresista, o vanguardista, o incluso intelectual (qué pretenciosos), y que de forma obtusa utiliza como excusa para atacar a determinada institución religiosa el peligro de expansión del SIDA por el no uso del profiláctico, cuando ha sido esa parte la que ha favorecido y al fin alcanzado el acceso, en la práctica universal, a la píldora post-coital, que ésta (al menos en occidente, por ser quien se lo puede permitir) sí es una bomba de racimo en dicha expansión. Y callar u obviar esta crítica es como poco hipócrita, sectario y hasta corto de miras, lo cual pone en entredicho la supuesta intelectualidad.
En fin, no sólo las religiones son de lo más parecido a un mito; sino que, con exigencias más o menos radicalizadas de sumisión, se benefician de otros mitos y, sobre todo, explotan la miseria mental y/o física de ciertos sectores. En lugares de nuestro país, casos extremos podrían ser o el señorito puro y duro que se cree redimido por un “Sr. mío Jesucristo…”, o el paria cuya única esperanza es Dios o la catarsis de cualquier romería (cuanto de religioso pueda haber en ellas, claro). Otra cosa bien distinta es que cada uno se sienta amparado, libremente y sin tanto corsé-tabú, por un Dios que sea de lo más aproximado a la cultura propia y a la personal concepción del mundo. Esto sí puede ser hasta útil a la humanidad. Véase aquí un sentido y sincero respeto por religiosos y seglares que, canalizando con gran dignidad sus motivaciones vitales, trabajan para arreglar desaguisados provocados por fundamentalismos o codicias del poder religioso y político.
Fin
El mundo según el Diantre Malaquías
1 comentario:
Hace algunos años este artículo ni siquiera lo habría leído, mi condición de ateo convencido me lo impedía. Recuerdo cuando chico, (mi padre encargado de un cortijo)cuando había una buena cosecha su dueña decía...esto ha sido gracias a Dios y cuando salía mal...Dios lo ha querido. Yo pensaba...así, cualquiera es Dios. Hoy pienso que la religión cristiana es la mejor de nuestro planeta, a pesar de los individuos indeseables que hay en su seno y a pesar de sus errores. Instituciones como (cáritas)seguramente son impensables en las otras religiones. No obstante sigo con mis dudas sobre lo finito, lo infinito y sobre el Dios creador.
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