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02 enero 2024

(₸X) Elegía. La historia de Raisa y su hijo Fiódor


(Este relato es en homenaje a César Pérez López, por extensión a su hermano Mario 

y a sus padres Encarni y Juan, nuestros amigos. Elche) 

-I- 

Soy el Mariscal Nanov y quiero contaros una hermosa historia. Mi nombre completo es Dimitri Nikolai Nanov y ostento el rango de Mariscal en Jefe del IV Ejército de Infantería de la Gran Rusia, con acuartelamiento en un edificio asentado a caballo entre la ribera del río Ural y las faldas de la cordillera del mismo nombre, a las afueras de la ciudad de Zizhnii Taguil. En las Repúblicas del Sur (Chechenia, las dos Osetia y otras) la campaña de guerra pintaba mal para nuestras tropas y los soldados caían en continuas emboscadas que no podían ser evitadas, pues la guerrilla enemiga tenía rodeado en bolsa todo el territorio de combate. Debíamos romper ese cerco y cortar la sangría de bajas propias. Fue por ello que el Alto Mando me encomendó entrenar a mis hombres para que, incluso en las condiciones hipotéticamente más adversas, se alcanzara el objetivo de abrir una cuña en las líneas sediciosas y rescatar así a los supervivientes de aquel baño de sangre. 

-II-

Transcurría el otoño del año 2004. Venía muy frío y más parecía duro invierno. Mis soldados habían acampado y establecido su base de entrenamiento a unos 800 kilómetros al noreste de Zizhnii Taguil, por cuanto el terreno era muy similar al que nos encontraríamos en los Montes Urales y el Cáucaso, camino de esa maldición de repúblicas malavenidas, a las que partiríamos al cabo de tres semanas. La intendencia y la logística pusieron a nuestra disposición alimentos y otros medios necesarios para la supervivencia, en un hábitat tan hostil como es la taiga siberiana. Por supuesto, la base de nuestro condumio era el salmón ahumado y pan de centeno negro y helado, que descongelábamos al amor del fuego de las fogatas.

-III- 

Las nevadas se alternaban con las heladas, a cada cual más intensa, sin más novedad en el campamento que la rutina cotidiana de las maniobras tácticas y estratégicas previamente programadas, combinadas con el descanso. Pero la segunda semana sucedió algo que marcaría nuestro incierto destino. Por los inequívocos rastros de zarpas en la recia lona de las tiendas de campaña, sabíamos que un oso, tan silencioso como furtivo, nos estaba robando los víveres, en particular el salmón ahumado. Lo hizo tres veces y no hubo manera de detenerlo, ni siquiera de rastrearlo. Tal era su habilidad para esfumarse que desaparecía como el invisible aire. 

Una tarde de ese noviembre gélido la copiosa nevada atemperó el frío y se suavizó algo la temperatura-ambiente. Entre risas y jolgorio, mis soldados descansaban al final de su dura jornada y yo, antes del solponer, salí a dar un breve paseo bajo el manto inmensamente silencioso de los grandes copos. Casi nada rebullía, si acaso algún bullicioso grajo demorado en su viaje migratorio hacia lares del cálido sur. Por miedo a desorientarme, puesto que además de la intensa nevada ya iba cayendo la noche, di pronto la vuelta; cuando a lo lejos y cerca de nuestras tiendas divisé una enorme sombra que se movía pausada y solemne. Me acerqué sigiloso y vi al oso de nuestras pesadillas. De repente, como percibiéndome a sus espaldas, se giró y sin moverse de su sitio clavó en mis ojos su fija mirada, mientras dibujaba muecas con sus labios dejando al aire su enorme dentadura. Hice ademán de tomar la culata de mi pistola, pero no fue necesario porque la mirada de aquel animal más que asustarme me fascinó y me absorbió en un místico trance. Fueron cinco intensos minutos en los que, entre movimientos, balbuceos y mohines, nos dijimos y entendimos cual libros abiertos a ojos de un lector ávido de lecturas. Enseguida supe que quería ser acompañado a algún lugar por ahora desconocido. Delegué el mando de la tropa a mi subalterno, preparé a siete de mis hombres y con nuestros caballos, alforjas, pertrechos y víveres en abundancia iniciamos la marcha tras las visibles pisadas del plantígrado, que esta vez no se molestaba en borrar. Viajamos casi una jornada hasta llegar a un recogido paraje a las afueras de Sherkali. Allí, en un entorno de breves rocas camufladas en la taiga siberiana y en una humilde osera estaba la esposa de nuestro oso, con su bebé de escasos meses. 

No tardamos en congeniar los allí presentes, y de inmediato bautizamos a los recién conocidos y ya amigos osos. La pobre, pero muy feliz madre sería Raisa, en tanto que las otras dos fascinantes criaturas de peluche serían llamados Fiódor (padre) y Fiódor (hijo). Nos enseñaron las sencillas estancias, en una de las cuales que servía de magra despensa encontramos -en efecto- los alimentos ya no diría “robados”, sino tomados en justicia, por Fiódor padre en nuestro campamento. Resultaba muy fácil entender y justificar que para alimentar a Raisa y que ésta pudiera amamantar al bebé osito hubo de hacerlo. En aquellos días la capa de hielo sobre el río Obi era de tal grosor que devenía tarea imposible perforarlo, y por tal la pesca del salmón fresco se hacía impracticable. De no haber sido por las viandas “compartidas” del ejército ruso el bebé y puede que la misma Raisa hubieran muerto de inanición y frío. Una brillante idea iluminó mi mente: esa madre nunca más volvería a pasar hambre. Desde luego dejamos allí todos los víveres que habíamos portado y además propuse que, si Fiódor (padre) ingresaba en el Ejército ruso como rastreador y guía, la familia percibiría de por vida una paga periódica en viandas y, cuando fuese posible, en pecunio. El cabeza de familia aceptó de inmediato. Raisa al principio no tanto, aunque sin duda movida por la idea de no volver a ver pasar penurias a su pequeño y con escaso convencimiento -eso sí-, por fin se avino al trato, tras lo cual regresamos al campamento base con un nuevo miembro. 

-IV- 

Al final de la tercera semana Fiódor (padre) ya era oficial del IV Ejército de Infantería como rastreador en jefe de la gloriosa armada rusa. Del cuartel de Zizhnii Taguil partimos hacia Chechenia. Cruzar los Urales y el Cáucaso con Fiódor al mando más que una penosa marcha resultó un divertido pasatiempos. Su presencia entre los soldados daba más moral que todas las victorias juntas. Nuestro destino no distaba ya mucho y no tardaríamos en alcanzar las líneas enemigas. Fiódor nos estaba guiando sin fallo y habíamos logrado ya romper el cerco y penetrar dos leguas en territorio enemigo. Pero un día, en una maniobra absurda, un soldado tan valiente como descerebrado se adelantó a Fiódor y, tras pisar una mina oculta bajo la nieve, voló él mismo e hizo volar por los aires a nuestro oso y a cuatro soldados más. 

El objetivo militar en las Repúblicas del Sur se había alcanzado, pero en el camino yacían cinco hombres junto a un enorme y adorable peluche destrozado. El cuerpo recompuesto del cadáver de Fiódor fue devuelto a su atribulada esposa con honores de oficial, banda y música. No hubo rabia ni reproches, sólo un inmenso dolor y mucha resignación e impotencia. Yo, Mariscal Nanov, me sentí abrumado por la culpabilidad. Durante horas acompañé y escuché a Raisa. No me pidió nada aunque yo, quizá por aliviar el peso de la culpa y de mi honda e inmensa pena, me comprometí a proporcionarle todos los medios a mi alcance, que no eran pocos, para que pudiera emigrar a climas benignos donde la vida resultase más fácil. La doté de documentos varios, de pasaporte, de dinero, de comida, de leche y biberones, de ropa, de todo lo que pude pues debía criar a ese otro Fiódor, sangre y espejo de aquel enigmático y fascinante animal que yo había conocido. Así que viajó casi con lujo, creo que a España. 

Oficialmente ya no supe más de ella, pero he oído rumores que, a través de un anuncio en prensa, ha conocido y se ha ennoviado con un oso leonés del Mampodre emigrado a cálidas tierras de palmerales, un lugar -según tengo entendido- llamado Elche, donde piensan casarse y establecerse. Estoy seguro que serán felices pues, tal cual me han informado mis cazurros confidentes, los osos leoneses son muy fieles y familiares. EN HONOR Y HOMENAJE A FIÓDOR PADRE.

Fdo.: 
Dimitri Nikolai Nanov 
(Димитрий Николай Нанов) 

El Diantre Malaquías 

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