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23 agosto 2023

(₸X) Mi mundo y yo




Yo. No cabe duda: vivo en el mejor de los mundos posibles. Más aún, vivo en el mejor de los mundos. El optimismo torna beodo de gozo mi espíritu, me embriaga, me transmuta en coyuntural y humilde querubín al servicio de un fin trascendente y de inmateriales miras. Ésta es mi vida. Para empezar ni bebo, ni fumo, ni me drogo (cuán grande virtud), ni voy con mujeres, osea no fornico (con la mujer de uno se cumple, como amparan leyes de divino rango y eso, como se sabe, no es fornicar, sino consumar un sacramento). Estoy también ungido de otras bondades que no voy a referir, en acto de contrición por mi impura y reprobable vanidad. No es que carezca de instinto, no; aunque lo canalizo como Dios manda, sin excesos y con el único objetivo de la procreación, sublime exponente del amor. Que, como dicen que muy bien dice Ortega y Gasset, “la moral corrige a los instintos y el amor corrige a la moral”. ¡Qué bonito!. Esto es cuanto me tienen que agradecer mis hijos. Además, en coherencia con mis creencias, practico moderadamente con las obligaciones de bautizado; vamos, sin llegar a integrista. Sin embargo debo reconocer (con un poco de vergüenza por lo que algunos pudieran pensar de mí) que antes observaba los primeros viernes de mes. Ahora, entre las prisas y la ola de ateísmo que recorre el planeta, esta tradición tan edificante se ha perdido. Pura pena.


Podría seguir, pues razones para sentirme plenamente realizado no me faltan. Mas, en una sincera obra de humildad cristiana, concluyo que mi tránsito por esta vida no es -al fin- sino uno entre tantos, sólo que viajado en paz entrañable. En otros términos, y ya que la vanidad según la doctrina que abracé no es buena (insisto en ello), soy tan insignificante como esa minúscula gota de agua en medio del proceloso océano. Tengo, como cualquier otro humano, muchos defectos. A veces no sólo me aguijonea la tentación de la carne, sino también (por aquello de la gula) la del pescado y el marisco (mero, rodaballo, merluza de palangre y -¡cómo no!- las almejas de todo tipo, para ser más exactos). Y la de desfarrapar al vecino que me cae mal (casi siempre lo perdono, claro). Y la de envidiar no ya a los que tienen yate, sino -y hasta ahí llegan mis flaquezas- a los que estrenan coche. Y la de la ira… Uy, si no fuera porque el Todopoderoso pone brida a mis pulsiones arremetería a muerte contra quienes apoyan o directamente asesinan vidas recién concebidas (en USA, que son muy adelantados, esto ya ocurre). O contra los responsables de esas infames campañas de “quita y pon”, como pretexto -entre otros- de prevención de esa plaga bíblica de nombre SIDA (aunque olvidan -y en un acto de generosidad cristiana hemos de comprenderlo y perdonarlo, pues ciertas “memorias” y “alcance de miras” no van muy allá- que lo de la píldora post-coital no es precisamente un modelo de contención de esta epidemia). Si no quieren concebir o contaminarse, pues que matrimonien como es debido, en lugar de dar rienda suelta a su endemoniada lascivia. Y a ésos que quisieran verme preso de mis propias contradicciones les digo, así mismo, que estoy contra la pena de muerte y las guerras, salvo si son santas. Ah, y ahí está la enjundia de cuanto quiero que el Señor juzgue de mi paso por este valle de lágrimas, mitigo y hasta ahogo el fuego de mis pasiones, sobre todo lujuriosas, con el sagrado respeto de ese otro fuego (que los frívolos llaman las calderas de Pedro Botero), prometido para quienes lleven vida de pecado. Este temor es el freno y muro de contención de mis impulsos más bajos y rastreros. En el otro mundo pienso ser de los que se sienten a la diestra del trono, que allí también mandará la derecha y los neoliberales más recalcitrantes. Así pues, no paso de ser uno más entre la turba. Mismamente soy turba, miembro imperfecto de la turba que, como otro cualquiera de sus constituyentes, perturba y turba -si cabe- tanto o más. Pido a la Providencia -eso sí- que, sin verse en mis anhelos ni egoísmo ni vanagloria, conserve mi espíritu límpido y preclaro, claro. Sólo para mejor y mayor honra de su nombre.

Mi pueblo. De ser mi vida una balsa de aceite sobre aguas en calma chicha ha su mérito particular mi pueblo amado. Tiene calles (ahora todas encementadas, pero tanto, tanto que huelen a cohecho), aceras (algunas con una farola en medio para mantener el espíritu alerta, que los peligros no sólo vienen de la calzada y te pueden aparecer por doquier) y coches, que no es poco. También arbolitos muy bien dispuestos (algunos, pertinaces supervivientes de una irrefrenable compulsión destructiva en forma de vecino poseso, en verdad hilarante, si no tragicómico) y farolas enhiestas (¡vaya por Dios!), sólo curvadas e inclinadas en señal de respeto a las puertas del mismo cielo; que con sus luces y sobre todo sombras perfilan oscuros rincones para solaz de los enamorados. Todo calculado. El diseño, modelo funcional, no gusta a los maledicentes e inconformistas de siempre, a los que les hubiera gustado un sistema de alumbrado estilo centenario, incluso milenario. El caso es tergiversar la Historia, tal el asunto de ese arco al que quieren falsificar, envejeciéndolo de forma artificiosa y a golpe de martillo. Pero el carbono 14 no engaña. Mira que son guerreros. Por todo ello, el más insigne de los personajes de mi pueblo -a la cabeza- y sus regidores últimamente los pobres han sido y están siendo muy criticados por quienes ignoran (¡ignorantes!) la dura tarea intelectual que supone idear (¡uf!) y plasmar proyectos de sonada envergadura. No veis que el dinero no da para más… En fin, no reproduciré otros judaicos alegatos de esas tercas e impertinentes moscas cojoneras, contra tan -y de tal calibre- insigne caterva de dirigentes locales (osea, propios del lugar), pero sí les hablaré de sus paranoias de cemento. ¡Qué obsesión!.

De un tiempo a esta parte en mi pueblo se han realizado muchas obras que están muy bien y muy bien, casi todas -por supuesto- de cemento macizo. Una de las últimas ha sido el encementado (¡faltaría más!) de la superficie entre las viviendas y la carretera. Todo un esparrame tan lisín, tan lisín que se nota ejecutado (perdón, quería decir elaborado, como el mismo pan) con gran sensibilidad, gusto y mimo. Apenas minimalistas oquedades preparadas (digo yo) para la planta de minúsculos arbustos, previendo -sin duda- no ya las torpes maniobras de algún conductor de tráiler poco avezado, sino empresas más ambiciosas. ¿Y si un día llegase el ferrocarril, dónde diantres aparcarían todo un mercancías?. Guarden sus infundios los de siempre, que nadie todavía ha previsto la construcción de un puerto fluvial y menos aún marítimo, que no son tontos, leches. Delante, la espadaña de la iglesia se cae en mil pedazos, pero hay que ahorrar para cemento, que es muy caro y necesario en históricos proyectos. Un poco de ahorro por aquí y otro poco por allá, pues para cemento. Cuando la espadaña pierda hasta las campanas se la remacha con cemento y se la remata (muy propio) con una cruz, también de cemento. ¿Puede encontrársele mayor funcionalidad al cemento?. Además, el cemento es eterno hasta su caducidad y el pueblo que no afirma sus raíces en cemento está condenado a ser barrido por la más que previsible yerta posteridad. Su uso y hasta el abuso es de utilidad tan obvia que, en un acto de fe poco exigente, debe ser más comprendido que no explicado. Claro, nada de esto cabe en las estrechas mentes de los detractores de tal material y el odio entre unos y otros se mastica (y cuando no nos odiemos por esto, hagámoslo por los regadíos o por un quítame allá esas lindes). Bueno, en realidad pienso que son algo más belicosos unos (los partidarios de su masivo empleo) que otros, ésa es la verdad; aunque en su enorme tolerancia y talante estoy casi seguro que no llegarán a matar por cemento, ni por lindes ni regadíos. Los otros, los vanguardistas incautos de creciente inclinación mafiosa ya hablan de sesos a la calabresa, lo que no es otra cosa que encementarle las meninges al lúcido ingeniero de todos estos planes de desarrollo. Malvados. Dejadme en paz al Sesines, ínclito responsable de tan abundantes y gloriosas epopeyas en cemento armado, desparramadas en nuestro pueblo allá por doquier atisbes, sin más interés ni beneficio que la satisfacción del deber cumplido y el arte por el arte. Ni comisiones, ni comisiones, leñe. Para eso ya están los de la derecha rancia. Mis congratulaciones a tamaño (menor) musculín pensante.

En mi pueblo no se va muchas veces la luz (no más de ocho o diez al mes), ésa es la verdad, generalmente en domingo o festivo por la mañana (durante la sagrada misa) o cuando hace mucho frío, o mucho calor, o mucho viento, o cuando nieva; en fin, mil imponderables. ¿Qué culpa tendrán de ello las compañías eléctricas?. Ésos son asuntos divinos, de ellas es sólo la responsabilidad de garantizar tanto la luz, como los prolongados apagones, que por algo se les denomina así. Como no podría ser de otra forma, el que estas eventualidades sucedan es también carnaza y motivo para las injurias de los cretinos de siempre. Dicen que pagan la luz, que se la cortan si no la pagan y que a ellos nadie les indemniza cuando se pasan dos, tres o más horas a oscuras. Ni dicen, ni dicen. ¿Tan difícil es entender que las compañías eléctricas también tienen sus cosas y ellas sabrán por qué lo hacen?. Algunos, que se creen mucho porque son muy viajados, comentan que esto no ocurre por ahí fuera. ¡Hala ya, que me lo creo!. No quisiera pecar de chauvinista, pero para mí que estoy en el mejor lugar del mundo entero (y no hace falta ser muy viajado para saber esto). Lo demás, lo de que estamos más próximos a Marruecos que no a Francia -talmente- y otras bobadas, no son sino patrañas del redivivo contubernio judeomasónico. 

Mi mundo. En mi mundo los hay tan impregnados de fe que hasta tajan gorjas por Dios y procrean por un tubo (hasta siete en una camada) y también por Dios (el mismo de antes u otros, que no hemos de discriminar), e inundan de famélicos la faz de la tierra para mayor gloria de su nombre y de paso para que el infiel adinerado (descreído y fornícalo) redima con obras de caridad sus inconfesables pecados. Y el rico, para seguir siéndolo, tala tantos árboles como indígenas se le cruzan en su selvático camino; a los que -eso sí- aniquila con escrupuloso respeto a los derechos humanos, devolviéndolos e integrándolos directamente a la tierra de la que provienen, bajo las ruedas de potentes y apocalípticas máquinas arrasadoras. En esto también se ha avanzado, no como hasta hace muy poco que se engañaba a los pobres indios con exquisitos bocadillos de jamón con cianuro o, un poco más atrás en el tiempo, a golpe de crucifijo, mismamente. Es el precio de la culta modernidad. Por fumar, pueden fumarse hasta el mundo, como así están haciendo, que para eso son ricos. En otros lugares no tan remotos (concretamente en mi país), algunos siegan vidas humanas de cualquier condición por Dios (a elegir), por la patria y … ¿Y por qué?. Mis ideas se han secado. ¿Se me habrá contagiado lo del cerebro espongiforme?. ¿Habré comido carne de vascas (sí, han leído bien) locas? (De las otras ni siquiera lo he intentado, pues témome no se hubieran dejado). Muerte a la vida y a la razón. Mi mundo va bien. 

Fin 
Los relatos sucintos del Diantre Malaquías 

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