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31 agosto 2024

(₸X) Psicología y decencia profesional




Pretende este artículo ser un alegato contra intrusos, advenedizos e ineptos en la profesión psicológica puesto que, con excesiva frecuencia y por una -hasta cierto punto- lógica tendencia a la generalización en la gente llana, ponen en entredicho el prestigio de todo el colectivo a tales menesteres dedicado. Ello supone, primordialmente, reivindicar para este campo de actuación laboral la fundamentación teórica, la sistematización y planificación rigurosa, la cualificación conceptual, formal y el carisma personal de quien la ejerce; en definitiva, el carácter científico y en absoluto asistemático, burdo o exotérico que unos aplican y a otros les atribuyen. Debe remarcarse lo del carisma personal y el método, por cuanto el psicólogo no dispone de pastillas que ataquen el mal. Si acaso, y no siempre, las hay que lo aplaquen.

¿Tan desacreditados están este tipo de profesionales que necesitan ser desagraviados y resarcidos?. Ciertamente. Basta pisar la calle y hablar con legos en la materia -unos- y otros que no deberían serlo tanto (maestros, médicos, etc.), para percibir la escasa reputación de la que gozamos. Y lo que es peor, cuanto dicen de nosotros lo hacen como si todos hubieran de cuadrar en sus estereotipos. Sin embargo, como en cualquier tópico, no les faltan razones porque son, al parecer, demasiadas y demasiado “negras” las excepciones al buen hacer. No, yo no soy perfecto -claro que no-, pero trato de reconocer mis imperfecciones para hacerlas perfectibles; tanto que nunca pondría impedimentos a debates o a establecer polémicas públicas o privadas sobre ciencia en general, y en concreto sobre ciencia psicológica. Por tanto, creo justificado mi interés para, con la mayor firmeza y todos los medios a mi alcance, poner coto a incompetentes, farsantes, “brujos” y titulados en Morbilandia; a lo que se ve, únicos responsables de tan rastrera credibilidad y aceptación. 

Para corroborar mis tesis sobre ineptitud, podría exponer múltiples comunicaciones y experiencias de las que soy depositario, aunque es tal el volumen de arbitrariedades y aberraciones, que pretender dar cuenta de todas sería labor tan ardua como hilvanar el horizonte. Y no es lo anterior hipérbole descabellada para lo que uno siente. Vayan unas cuantas como botón. 

Entro en la casuística. Es el primero de los casos referido al ámbito del psicoanálisis (o así), sobre el que -¡Dios!- cuántas majaderías se han vertido y aún se vierten. Y entre sus teóricos no escasean los de una extraña “escuela” surgida allende hemisferios y océanos. Del que ahora me ocupo da todo el tufillo. Trata de un artículo publicado en una pretendida revista de contenidos inversamente proporcionales al respetable índice de ojeadores (sería una ligereza y una inexactitud decir lectores), y en el que un presunto psicoanalista presenta una especie de visión analítica ¿...? del amor. Viene a decir que la actual concepción y práctica de este fenómeno es pura “fornicación” (sic). Pues bien, es tal la carga de prejuicio y tabú en la anterior sentencia, que uno se pregunta cómo una persona con esas “dotes” puede tratar y ajustar conflictos, vinculando el sexo a un sentimiento moralizante y culpabilizador. Les aseguro que un “técnico” así no tiene ni puñetera idea de lo que se lleva entre manos. Cayendo en su juego, se me ocurre pensar si ese señor no tendrá serios aprietos (o al revés) con su pito. 

Otra de morro. Tiene relación con una logopeda (titulación -por cierto- que en su momento no existía, de forma equivocada a mi entender) tan cínica, sibilina y tendenciosa que, con la mayor de las impudicias, rotuló un tiempo su gabinete como “Centro de Psicología”. Entiendo que cumple una labor (¡allá con su licencia fiscal!) y tiene derecho a ejercerla, pero como centro de logopedia y no de otro carácter, para lo que no está ni legalmente acreditada, ni técnicamente preparada. Siendo, como exclusivamente es, su función la educación mecánica de la pronunciación de sonidos y fonemas, acepta además casos con disfunciones más extensas, profundas, basales o funcionales, que precisan de conocimientos más cualificados y específicos que la logopedia no contiene. Desde luego, puedo confirmar con datos y sujetos los escasos (un eufemismo) resultados conseguidos. Como solución a tal erial -digo yo- suele proponer la alternativa “terapéutica” del cambio de colegio, por si acaso en el nuevo fueran más benevolentes con las calificaciones, que luego va y no lo son tanto como para tapar su inoperancia. Ya ven hasta dónde puede llegar el engaño. Por supuesto que la mayor responsabilidad es de los padres. Ellos son quienes deberían elegir mejor informados y con criterios más responsables, y no tanto por otros que huelen a simple autojustificación o a equivocadas vergüenzas; pero también la jeta de la pretendida psicóloga es granítica. Callos en el morro que se dice. 

El siguiente hace referencia expresa al mundo de la educación con el que, por maestro o por psicólogo, mantengo un estrecho contacto desde hace lustros y hasta décadas. El protagonista del relato cursaba a la sazón séptimo de E.G.B. con calificaciones ínfimas. Desde primero acude a un Centro Médico de ésos donde, si existen tantos especialistas (más los subespecialistas) como especialidades dicen tener, a buen seguro que el personal saldría por la ventana, así dispongan de un bloque entero. No es este sujeto, no lo fue nunca, de comportamientos antisociales, aunque sí un tanto agresivo, inquieto, agitado; en definitiva inmaduro en la faceta neuromotriz y quizá también en la afectiva. Ya cuando estudiaba tercero me enteré que le habían recetado vitaminas. ¡Lo que le faltaba!. Hoy sigue igual que el más remoto entonces en cuanto al rendimiento académico, eso sí, mucho más acelerado. Por lo visto, en lugar de intervenir con métodos y ejercicios, que los hay, optaron por hacerlo vía vitaminas. Un prodigio. 

Otras cuantas pruebas condensadas. La primera, una vergonzosa pericial psicológica que determinó (por fortuna, sólo temporalmente) la tutela de una hija por parte del padre, en cuanto la madre era lesbiana. Pues si llegan Vds. a enterarse cómo era el padre, corren a gorrazos a todos los implicados en tal decisión. Los hay que trabajan el estrés con aceite de almendras. Puedo aceptar esta técnica como accesoria, pero jamás como definitiva porque no llega, ni por asomo, al fondo cognitivo y conductual del problema. Sé también de supuestos psicólogos que con sus actitudes aceleran (diría que hasta empujan los últimos) ciertos intentos de suicidio. Es muy fuerte, cierto, pero podría contar una bonita historia que estuvo -no obstante- a un tris de ser tragedia; y no lo hago por respeto a la persona involucrada en el asunto, aún en fase de recuperación. Seguiría, lo aseguro. 

Ante tal panorama, no está de más que una institución legal y formalmente constituida, cual es el Colegio profesional de Psicólogos, aparte de proteger y favorecer la labor de sus afiliados, pueda controlarla ética y deontológicamente y ser, al mismo tiempo, depositaria (con competencias para resolver) de las denuncias que puedan (y deben) formular aquellos pacientes que se hayan sentido defraudados, burlados o vejados. Como testimonio de lo anterior, cabe señalar que en el Col.legi Oficial de Psicòlegs de Catalunya (C.O.P.C.) ya se ha tramitado algún que otro expediente disciplinario a profesionales desmandados. Por otra parte, ni para entes estatales o autonómicos, públicos o privados, oficiales u oficiosos; nadie que no esté colegiado puede ejercer legalmente ciertas actividades. O al menos debería ser así, creo yo. Pero tampoco a quienes desempeñamos lícitamente la tarea de Psicólogos (con mayúscula) nos sobrarían mayores dosis de autocrítica y rigor. ¿Qué grado de sistematización (lo contrario es la improvisación) contienen las terapias empleadas?. ¿Hay correlación entre las técnicas utilizadas y la evolución del problema?.¿Qué sistemas de evaluación y control se aplican al sujeto inmerso en el tratamiento?. En conclusión, ¿cuánto hay de método y cuánto de falacia en el ejercicio de la profesión?. 

Existen, sin embargo, otras preguntas que no son tan rimbombantes aunque sí, por populares, mucho más prácticas. ¿A quién elegir?. En mi opinión habrían de ser ante todo titulados. Ya sé que el título no asegura la aptitud, ni el carisma, ni -lo que es peor- el equilibrio personal (en todas partes cuecen habas, ¿verdad?); pero al menos garantiza un cúmulo de conocimientos pertinentes, y no extraños principios de charlatán o nigromante. Un titulado inexperto, si bien con buena base epistemológica y documental, está preparado para superar eficazmente el reto constante que supone esta digna (como cualquier otra) profesión. Yo mismo me sentiré colega (en la acepción denotativa del término) y ofreceré mi leal colaboración a quien del colectivo me la demande. No así con quienes han contribuido, muy particularmente piratas de aquí o allá, a esta negra fama. Otra cuestión. ¿Es la colegiación signo de competencia y eficacia?. Pues tampoco pero, por lo asequible que resulta y las ventajas que comporta, el que no está colegiado o es porque no se puede acreditar como titulado, o bien porque algo no está claro. 

En fin, si quieren hacer una buena elección, en caso de duda exijan los documentos oportunos (título universitario y colegiación) que legitimen la edecuada profesionalidad. Si cumplen los requisitos, algo más seguros (que no del todo) podrán sentirse. 

El Diantre Malaquías, pseudónimo

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