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23 agosto 2024

(₸X) Los que no necesitan Psicólogo



Campos de la Psicología

      Aunque el título puede resultar chocante o socarrón (si no extravagante), parte de cuanto quiero exponer queda certeramente manifiesto en él. En efecto, haré sucinta reseña de aquellos individuos a los que sobra cualquier tipo de consejo, y más -por supuesto- si éste es de tipo psicológico. Antes habré de concretar los campos y sujetos susceptibles de ser tratados por la Ciencia en cuestión.

Si se considera la Psicología como la Ciencia que estudia la psiqué (el alma o espíritu, en términos más comprensibles), o, con mayor precisión, como la Ciencia que entiende del comportamiento humano (el Psicólogo es sencillamente un experto en comportamiento humano, como quien es experto en mecánica y electricidad del automóvil), parece obvio deducir que el ámbito de aplicación de la técnica psicológica es muy amplio. Diríase que abarca toda la gama de actividades humanas, por cuanto en todas ellas vuelca la persona sus resortes psíquicos. No obstante, trataré de configurar y delimitar unas áreas de actuación, donde el concurso del especialista será de gran utilidad. Haré especial referencia al campo de la Educación, pero entendida ésta en un sentido mucho más extenso que el de Escuela. La educación no se circunscribe exclusivamente al marco de la escuela, sino también al núcleo familiar, a la organización del tiempo de ocio, al concepto de formación permanente (con independencia si se está o no en situación de ser escolarizado) y, en definitiva, a lo que debería ser un proceso continuado y constante de maduración y búsqueda del equilibrio personal.

Sujetos de la Psicología

El Psicólogo debe estar cualificado para intervenir (preventiva o terapéuticamente, como se sabe) en el mundo de la infancia, tanto para mostrar a los padres el camino a seguir, como para corregir desajustes que interfieran en el adecuado desarrollo de sus hijos. Asimismo en la Escuela Primaria, donde la finalidad última de su actuación sería promover y favorecer una adaptación (siempre crítica, pero sobre todo positiva) a la sociedad y sus normas, al margen de las cuales el equilibrio personal y hasta la supervivencia -en su estricta significación etológica- serían muy difíciles. Es harto conocida la estrecha relación que guarda la marginación con ciertas crudezas de nuestro tiempo, algunas letales y muy de moda en los servicios sociales de cualquier ente público.

La técnica psicológica puede hacer también importantes aportaciones al campo de la adolescencia. Aquí el objeto último sería la integración activa y consciente del joven al medio social, desde el próximo hasta el cósmico, y así prevenir los conflictos derivados de una confrontación violenta entre ambos. La cuestión es ahora en qué condiciones podrá producirse tal integración. En múltiples ocasiones se ha expuesto ya: Si la etapa anterior ha transcurrido en “bonanza”, los propios adolescentes se convencerán entonces de la necesidad del cultivo y la cualificación personal, como medio casi exclusivo de acceder con facilidad relativa al mundo del trabajo. Éste es -quiérase o no- el que acaba satisfaciendo las necesidades de adaptación (naturales o inculcadas, tanto da) a la sociedad actual. Nadie entra a valorar si tal dinámica es buena o mala, eso es discutible, pero no resultará fácil mantener la integridad psíquica al margen de la productividad, sobre todo si se quiere trabajar y no se puede. Si la etapa anterior resultó desquiciante, el técnico en su papel corrector deberá fomentar esa integración, si se quiere escéptica, aunque gratificante y práctica. 

Por último, puede y debe el especialista actuar sobre los problemas de los adultos, pues si en esta etapa de la vida aquéllos conducen a la marginalidad, entonces la reparación personal será poco menos que imposible.Y respecto a personas en apariencia “normales” sólo porque gozan de una posición social, o de una falsa e inmerecida reputación, o por ser “estudiados”, o por cualquier otra fútil sinrazón; pero rígidos y autoritarios, de actitud arrogante, prepotentes, etc.; también a ellos tiene mucho que enseñarles la ciencia psicológica. Tan endiosados están en su pedestal, que ni se plantean la posibilidad de ser ellos mismos factores generadores de “engendros” sociales, a los que -por supuesto- nada perdonan y tanto critican. Es la intolerancia su defensa contra aspectos desagradables de su propia imagen, que -faltaría más- difícilmente reconocerán y aceptarán. Por eso son como son.

El nivel de consciencia 

De la gama de personajes con responsabilidad sobre sus propias acciones, y en función de su nivel de consciencia, pueden establecerse diferentes categorías. Unos, diría que los más peligrosos, podrían ser los “sabelotodo”, a los que nadie tiene nada que enseñar. Sería el caso de aquél que en cierta ocasión, entre engreído y medio en chanza, me comentaba que nunca tendría necesidad de acudir al Psicólogo porque “yo ya tengo mucha psicología” (sic). Y lo cierto es que un hijo se le había ido de casa, más que nada por incompetencia paterna. Muy propio en alguien tan “puesto”. Anécdotas así abundan, y no precisamente más entre personas de bajo nivel cultural. Viven en equilibrio ficticio, y cuando se llega a sus fibras con verdades irrefutables, si pueden desvían el tema, o replican con exabruptos y gritos muy de acuerdo con su estado habitual. ¡Pobre e ineficaz sistema defensivo!. Si fuesen capaces de reconocer y asumir sus limitaciones... Pero, si no las tienen. Que se queden en su pedestal, ellos no necesitan Psicólogo.

Existen también los “miedosos de sí mismos”. Se parecen a los anteriores en que, por regla general, tampoco suelen acudir al Psicólogo, pero se diferencian en las razones por las que eso sucede. Aquéllos “tienen mucha psicología”, no necesitan más. Éstos se tienen miedo y no se atreven a recurrir al especialista. Ahora bien, en un momento dado (sobre todo si alguien de su confianza les anima), aceptarán ayuda y consejo. Son -por tanto- relativamente conscientes de su problema. Otra diferencia sintomática con los primeros es que, cuando se deciden, acuden a la consulta por su cuenta, aspecto éste muy importante y favorable a la relación terapéutica que se establezca y al pronóstico. Los otros son “traídos” y por tal - ocasionalmente- en estados tan calamitosos, que tratar de hacer luz en sus conciencias resulta tan difícil como trabajar el granito a cabezazos. Los “miedosos” deben saber que todo humano tiene deficiencias, y el admitirlas dignifica a la persona, además de ser un gran paso para la superación de las mismas.

Por último hablaremos de los “ponderados”. Son aquéllos que reconocen y aceptan sus limitaciones y/o “lacras”, que carecen de prejuicios para compartir limitadamente sus pequeñas o grandes intimidades y frustraciones. Educan a sus hijos como seres individuales, entienden la independencia a la que están llamados en el futuro más inmediato, y no los conciben como posesión ni como mano de obra barata. No proyectan sobre ellos sus propias incapacidades, si bien les imponen una correctiva y flexible disciplina sociabilizadora. En fin, son aquéllos que viven en paz consigo mismo y con los otros. Como resulta obvio tampoco necesitan Psicólogo, pero con harta frecuencia, y ante cualquier inquietud psíquica no controlada, son los que suelen acudir a la consulta. No hay paradoja: sobre lo que no saben, consultan.


El Diantre Malaquías, pseudónimo

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