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24 julio 2023

(₸X) Mi pueblo es... muy antiguo


(Santibáñez de la Isla, León. Foto de Serafín Pan Falagán)

Mi pueblo es muy antiguo. Es tan antiguo que la iglesia parroquial data del siglo XVIII, como pronto. Pero no es lo único. También hay mentes pensantes (singularmente pensantes, o así) que apuntan a fechas tanto o más remotas. Todo un orgullo para mi pueblo. Por eso quieren mantener al pueblo tan antiguo, sobre todo de puertas para fuera, que es lo que se ve. Obvio. Sin ir más lejos (lo habitual), pretendieron durante mucho tiempo conservar las calles tan antiguas como cuando las pusieron allí por primera vez. Rehabilitándolas -eso sí- de ser necesario, con materiales de relleno que siempre se utilizaron. Es lo suyo, ¿no?. No es mezquindaz ni avaricia, ¡leches!, como las lenguas de áspid comentan. Quia. No es cosa de dinero, sino de arte. Al fin y al cabo, el dinero para ellos no tiene ningún valor. Tanto consumismo, ni consumismo. Ellos, brillantes donde los haya, el dinero no lo quieren para nada y por eso lo tienen a buen recaudo e inmovilizado. Tan desprendidos son (y otras cualidades) que ni consumen por no moverlo. Como mucho lo cuentan cada poco, pero tal que una simple diversión, desde luego más barata que perder una partida, ya sólo digo a la brisca. Tampoco quieren destacar, pues son muy humildes. Estoy seguro que, caso de proponérselo, declinarían cualquier invitación a presidir comités honoríficos contra la peste del consumo. Ellos y la perla de su inteligencia a salvo de banales adulaciones. 

A algunas de estas mentes cayóles la desgracia de haber pavimentado sus calles y ellos, militantes de lo antiguo, se opusieron tanto en su momento, que ni siquiera pagaron cuanto les hubiera correspondido. Contra consumismo, “resistismo” (vaya expresión más gilipollas, ¿verdad?, aunque quizá no tanto). Dieron una verdadera lección a ésos que venga a gastar. Como los nuevos ricos, a los que les sale dos veces lo que les entra. Su gran pena ahora es tener una calle arreglada y ya nada antigua, aun a pesar de no haber pagado. Un dinero ahorrado de forma completamente inútil. Son mentes merecedoras de honores, aunque ellos (van finos quienes esperan la recoletilla/as, que voy de antiguo) los rechacen. Además, si por dinero fuera, no habrían derrochado tanto cemento en algunas plazas públicas, como así han hecho. ¿Agarrados?. Pues toma cemento. Han quedado plazas duras, duras, tan duras como la cara de los que osan criticar a quienes no pagaron su calle. En un rasgo de coherencia, estas plazas y calles tan encementadas no son sino la expresión de un paisaje post-medieval, tras una epidemia de peste y lustros de aridez y sequía. Muy propia la estética. La combinación de diferentes factores arquitectónico-ambientales no permitió llegar más lejos, sin perder con ello funcionalidad. Así que no fue posible sobrepasar la Edad Media. Claro que en alguna de estas edificaciones por poco se les va la mano y -aparte de estar a punto de enterrar en cemento al ingeniero del proyecto- casi construyen una plaza de diseño que ya quisieran como de firma propia el tal Santiago Calatrava o el mismísimo Mariscal. El peligro subsiste. Imaginen que en la Plaza de Cementos La Robla (por citar una al azar) y allá donde -por supuesto- no entorpezca las maniobras de los tractores, algún gracioso va y finca una vertedera boca arriba o boca abajo (lo mismo da, que el arte es sensibilidad libre), a modo de escultura. Vamos, que ni el insigne Chillida. ¿Y los tractores?. Ah, los tractores. Ésta es la única licencia voluntaria a la modernidad. O de las únicas. Por lo demás, esos críticos contaminados no tendrán el gusto del refocilgue morboso, pues -¡hala!- el aire de la pergeñada plaza es mucho más pre-apestoso y post-medieval (pero muy poco “post”), que no post-nuclear. Sería post-nuclear si los árboles más cercanos (a unos 500 metros) estuvieran todo el año calavéricos (y hasta cadavéricos), y no es el caso. En la joven primavera todos los almendros sanos florecen. Con queso se la van a dar a ellos, ja. Buenas son estas mentes tan lúcidas y lucidas. 

En mi pueblo las autoridades suelen tener un sentido de la autoridad muy antiguo. De entrada, ante las ideas innovadoras de los de siempre, lo primero que contestan es NO. No importa si han oído, o no, la respuesta es NO. El que manda, manda y punto (original). En ocasiones se producen pequeños consensos (osea, le dices a la autoridad “sí, vale, lo que tú digas”) y se realizan trabajos un poco en común. Hasta que unos empiezan “paquí” y los otros “pacuyá”. Así las cosas, cuando aparece la autoridad que, a voz en grito (como debe ser en toda autoridad) y haciendo uso de vocablos pelín feos, aunque cargados de autoridad; trata de poner orden en todo aquel revuelo. Ni caso. Nadie se escucha ni a sí mismo, como para escuchar a la autoridad. Si es que se están perdiendo las esencias. ¿Y qué diría la autoridad?. Pues alguna cosa diría, supongo. ¿Cómo puede saberse, si no se escucha a la autoridad?. Ha llegado a ocurrir., incluso, que algún pardillo se taja el dedo con una guadaña (un decir), que sólo de un tendón le pende, y unos “paquí” y los otros “pacuyá” y el pardillo desangrándose. Si hubieran callado para oír decir a la autoridad “¡llamen a un médico”! (un suponer), pues nada malo sucedería y el chaval se quedaría con el dedo. Parece haberse olvidado lo de donde hay patrón… Ya saben. También, y a pesar de tanto inconveniente, de vez en cuando se consigue realizar algún proyecto (una subespecie de infraobjetivo, que un día medio se propusieron casi alcanzar). Entonces la autoridad se pasea con ínfulas de autoridad, para escuchar los agasajos justos y pertinentes. Pues que esperen sentados... La gente es muy desagradecida y no dice nada. Así que a seguir mandando con toda la pesadez de la sola y única responsabilidad, que es la que vale y manda. Con decir “mira que lo que has pensado, qué pensado está”, pues se cumpliría. Ni por ésas. Si, aun en contra de esas mentes manipuladas en colegios y universidades de aquí y allá, se ubica un edificio o servicio en un emplazamiento determinado, por alguna razón será. La autoridad tendrá sus motivos. Véase, si no: “Esto irá aquí porque mis huevos están floridos”. Uy, no, no. Ahí la autoridad tuvo un lapso. Son humanos, ¿vale?. Diría: ”Lo pondremos aquí , porque cuando esté bien, bien estará”. Esto sí. A ver quién les rebate este “sí-logismo”. Tanto, tanto que si afea, que si tapa la vista, que si tal o que si cual. La autoridad y algunas otras mentes tan antiguas y privilegiadas de mi pueblo (¡qué beneficio!) lo harán como lo tienen que hacer (¡qué caray!). La verdad, mi pueblo es toda una oda al cemento. Bien conocida es la insignificante antigüedad de este material, cuyas singulares propiedades -no obstante- señalan a mi pueblo como lugar plagado de monumentos a egregias mentes, mucho más firmes (duras) y -desde luego- infinitamente más antiguas que dicha materia, y le dan un aire de conjunto “histórico-monomental”. Diría tantas cosas de mi pueblo. Si acaso, restaría sólo que todos, los de aquí y los de allá, unos y otros, autoridades y autorizados, servidores y servidos (¿quiés es quién?), en fin, todos; se sentaran a dialogar y llegaran a conclusiones comunes, lo cual no creo sea tan difícil. Con decir unos “a mandar, que para eso estáis” y los otros “pues eso”, ya estaría todo solucionado. Y es que…

En mi pueblo hay gente, sobre todo mayor (aunque alguna no tanto), con un antiguo y valioso sentido de la colaboración. Si alguien tiene la venada de realizar trabajos comunitarios con carácter voluntario y sin retribución, se ríen de él -con toda razón- y suelen tildarlo de más tonto que los demás. Los de entendimiento parco en miras pueden no comprender esta afirmación/postura, porque hay que remontarse muchos siglos atrás para entender tan atávico pensamiento. Así, en el Pleistoceno o por entonces (y no van más atrás porque ya casi no queda) nada era común y todo lo que existía pertenecía a los más espabilados y fuertes, que por defender lo conquistado hasta mordían y se arañaban unos a otros. Hombre/mujer (ay, que me paso de frenada), esto ahora no sucede. Algo siempre se pega de la modernidad, no todo puede ser perfecto, ¡caramba!, que están a la que vuela. Sin embargo se conservan las esencias más profundas y arraigadas del pensamiento; esto es, “todo lo que no pueda ir a mi despensa que se pudra y que se pierda” (la rima salióme asonante, pero la acabo de inventar por hacerme entender mejor). Tengo un par de amigos (los amigos lo son, aun a pesar de sus muchos defectos) que se empeñan en trabajar por lo común como si cobraran y desinteresadamente, sábado sí, domingo también y lunes, martes, miércoles, jueves y viernes quizá. Si, por mor de la involución en la que ha caído la humanidad, ha de aceptarse la existencia de bienes comunes, permítaseles su desarrollo según leyes naturales (mejor divinas) y no según las humanas, siempre imperfectas. No lo entienden. Con su altruismo y entrega jamás convencerán de lo beneficioso de sus acciones para la comunidad, así que no se empeñen en cambiar las lucidas (sin acento) mentes de quienes los inquieren. Esto sí es estudio de campo, evolución y desarrollo -racional- dicen. Ingenuos estos amigos míos. Para mí queda patente la futilidad de su intento cuando veo cómo alguien, habitualmente muy antiguo y cercano a los lugares donde este par de incautos realizan sus tareas, los observa en actitud y silencio de “homo ramiduensis” y con cara de no entender nada. Pero, ¿por qué no dejar morar un sapo en los bancos (puestos donde están por algún retrógrado), justo allí donde suele colocarse la almorrana?. Mientras no me caiga en la sopa… (el sapo, digo, no la almorrana). Este eslabón despistado (más que perdido) con su porte general de estudioso del asunto lo dice todo. Y pensará… Bueno, seguro que sus pensamientos son tan complejos que se me escurrirán entre los huecos de mi cerebro espongiforme; aunque estoy seguro -casi- que algo pensará. A lo peor, y en contra de la sencillez y humildad de esas venturosas mentes antiguas, lo que buscan este par de iluminados es notoriedad y satisfacción de su narciso, en forma de reconocimiento marmóreo y floral. ¡Toma ya!. Eso puede pensar alguna gente, si bien yo me precio de conocer a mis amigos y sé que no les mueve nada parecido. Sencillamente son muy buenas personas, aunque algo desfasados. No es un problema de inteligencia, no, por Dios, sólo que tienen la mente un tantín bloqueada por prejuicios culturales derivados de su dañina formación moderna. Si Millán Astray levantara la cabeza. No les extrañe, pues leen, viajan, se abren a los de aquí y a los de allá, y -claro- todo eso, se quiera o no, tiene un precio: contamina. Y aunque no busquen notoriedad (me consta bien constado), no son tan humildes como los antiguos de mi pueblo. Así que, con tanto respeto por ellos, como por todos, si alguna mente debe ser expuesta en los museos de la población es la de los antiguos, muy en particular la de aquel cuyo semblante es todito el de un “ramiduense”. No nos andemos por las ramas, leches. Como el negro de Banyoles, que ya lo quitaron los modernos de tres al cuarto. Son antigüedades muy valiosas. Mi pueblo es tan antiguo que algunos todavía hoy hacen mayor uso del cerebro reptiliano (algunos le llaman “celebro”) que no del neocórtex. Abajo el neocórtex y la modernez.

NOTA: Vaya este escrito como homenaje a las gentes de mi pueblo, Santibáñez de la Isla (León), a las que adoro. Repito: A-DO-RO. Ocurre -sin embargo- que en ocasiones se dan comportamientos cuando menos cuestionables, por tanto susceptibles de ser sometidos a crítica; reflexiva, ponderada y respetuosa -eso sí-, pero crítica al fin. Sepan todos que no me siento autorizado para certificar inteligencias mayores o menores, pero sí creo estar capacitado para valorar inteligencias mejor ejercidas o inteligencias encubiertas y/o inmovilizadas, y además me autorizo a mí mismo a practicar la libre expresión de mis legítimas opiniones. Sin acritud, os echo mucho de menos. 



Fin

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