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12 febrero 2024

(₸X) El primer amor


Una concepción lineal del amor

      En contra de lo que se podría pensar y de lo que los aforismos primaverales sugieren sobre hervor sanguíneo, no es la primavera el periodo donde se producen un mayor número de escarceos propios del primer amor, sino el verano. Ocurre que en la estación de las flores y de la cocedura genital, entre púberes y adolescentes son muchas las referencias al asunto, pero no tanto se practica. Esto se percibe más probable con la llegada del tiempo de ocio, los calores y todo lo que ambos suponen en el devenir de cuerpos jóvenes y lozanos. Dicho de otro modo, no es descabellado pensar que la frecuencia del primer beso sea mayor en verano, que no tanto en primavera, la cual debe considerarse una etapa preparatoria de ese primer contacto, siempre tansportador y retemblón. Es la última, si acaso, preponderantemente subliminal y, desde luego, menos propicia que el verano para los iniciáticos devaneos amorosos. 

Entraré en materia y lo haré en función de dos conceptos predecibles, cuales son el platonismo y el pragmatismo, quienes han de constituir los dos polos de una concepción lineal del amor, no sin dejar de reseñar desde la génesis biológica de dichas nociones, a la evolución psicosocial de las mismas. Quiere decirse que la visión de este fenómeno es sustancialmente distinta según la distancia o proximidad y posibilidades de acceso al ser amado, y que el mismo a lo largo del proceso se transmuta de místico a real y tal vez no tan romántico. En este desarrollo surgen unos hitos que es preciso no obviar, al mismo tiempo que se despliegan unas pautas propias del sexo; a las cuales, antes que por determinismo de carácter endocrino, sólo las condiciones socioeducativas del medio pueden hacer variar y desviar de la normalidad convencional. Por ejemplo, si no hay una correcta maduración del Edipo y/o no existe una sexualización adecuada, entonces surgirán las indefiniciones, los desequilibrios y con toda certeza futuros desajustes de tipo relacional. Y es que resulta imprescindible inculcar la idea de una específica sexualidad infantil, de cuyo tratamiento dependerán en gran medida las funciones o disfunciones que en el terreno de lo amoroso se van a dar. Porque sólo de los que esto ignoran, aquéllos que a golpes de crucifijo o términos como “grosero”, “so cerdo”, “degenerado”, etc.; reprimen actitudes de aproximación al sexo; sólo de éstos -insisto- han de salir violadores, impotentes psicógenos, desviados, mirones y demás. 

Las etapas evolutivas 

Remontémonos a lo biológico. Cuando uno nace trae grabadas en el ADN unas marcas que van a determinar desde un desarrollo fisiológico sexuado, hasta unas conductas que, aún en la edad temprana, llevarán al individuo a asumir unos roles y a obrar con unas pautas propias del sexo en cuestión; las cuales, en función del nivel evolutivo, tendrán una u otra expresión. Así, en la primera infancia ha de darse un proceso de identificación con las personas del mismo sexo, tanto desde la perspectiva científico-natural (cuestión simple de analogías etológicas), como social; adoptando los mismos papeles de amor, odio, celos, posesión, función social, etc. que el modelo, y vivenciando todo ello con más o menos fantasmas y desasosiegos, según haya sido -claro está- la educación del sujeto. Aparece después una etapa a la que podría llamarse de afirmación de los sexos. Los individuos se agrupan por rasgos sexuales como buscando una definición clara de sí mismos y apoyada ésta por el sentimiento que el resto de los iguales piensa lo mismo. Está cerniéndose el asalto al otro sexo (con permiso de los “insustanciales” de turno o “de pensamiento amebiano” que podrían censurarme por el uso del término “asalto”. Que les den). Tanto unos como otras van a disponer de un modelo referencial ya más alejado del paterno-materno, lo mismo en el proceso de afirmación (un hombre o mujer cualificados por otro/a pequeño/a hombre o mujer), como en el de expresión (una mujer cualificada con la que sueñe un pequeño hombre, o al revés). Los sexuados de la misma edad -aunque contrarios- se insultarán, pero en sus interioridades guardan un mito -por lo general inaccesible- del sexo insultado. No obstante, aún las hormonas apenas han actuado. Acaso algún sintomático pero escaso vello, un mayor o menor desarrollo y poco más. Cuando las hormonas descargan en la sangre con toda su saña, los miembros diferenciadores empiezan a completarse y definirse a ritmo casi de vértigo. Los sujetos se ven con sorpresa, viven un autorreferencial amor-odio, con frecuencia inquietante, además de sentir un abrasador fuego interno que ahora irremediablemente busca una forma de ser con urgencia descargado. 

¿El primer amor o los primeros amores? 

¿Y cuáles son los objetos que favorecen la descarga?. ¿Y cuáles las vías?. ¿Puede hablarse del primer amor o más precisamente debe hacerse de los primeros amores?. A todos estos interrogantes contestaré en las siguientes líneas. En esta etapa persiste de la anterior un sentido del amor personificado en un sujeto de difícil -por no decir imposible- acceso; el cual, cuando el deseo llega, es utilizado por los púberes como objeto de sus ensoñaciones y hasta de sus onanistas y normalizadoras prácticas autosatisfactorias. Pero como se ha dicho, tal objeto -ya- de sus deseos es inaccesible, e inícianse de forma natural unas conductas de búsqueda y heterosatisfacción en sujetos más próximos al potencial amante. A través de un sinfín de paradigmáticas experiencias de “estímulo-respuesta” y de “ensayo-error” los adolescentes irán dando solución a sus preguntas y una gradual sensación de placer en la liberación de sus impulsos (desde los primeros y casi inocentes acercamientos, hasta la ejecución más o menos completa del coito) configurará -por fin- no sólo la definición sexual, sino también la realización de la misma. Y en este camino unos y otras irán tomando o dejando, en función casi exclusiva de la mayor o menor capacidad del otro para aliviar las tensiones ciertas del uno. Por eso desengáñese el lector si espera encontrar en este artículo romanticismo. El platonismo o sublimación del amor tanto más es, cuanto mayor es el alejamiento del ser amado. Y aquí han de incluirse conceptos tales como sentirse abandonado, malquerido, despechado y otros. Cuando más frecuente es el contacto directo con lo amado, mayor es la posibilidad de ocurrencia de situaciones de posesión, de instinto casi puro (pero sin respeto por el otro), de rutina, de aburrimiento, de prácticas torpes del acto amatorio y hasta desajustes filopatológicos serios que turban la relación. ¿Cuántas parejas mal se soportan sólo por inseguridades personales y miedo al abandono?. En fin, mucha gente sabe en qué han devenido matrimonios que antes fueron encendidos amores platónicos. Unos sufren un irracional e incoherente tedio relacional; otros, con seguridad los más privilegiados, viven en lo sexual moderada y/o eventualmente satisfechos y, en lo personal y psicológico, una relación gratificante, compensatoria y con grandes dosis de equilibración personal, pero sin quimeras y conscientes que la pasión ha de ir dejando paso a más convivencia y a compartir caminos, como envejecer juntos, a ser posible. A la postre el auténtico amor es eso, algo que sugiere esa pareja de ancianitos que tan tiernamente -o no tanto- se soportan sus manías. Con el tiempo, lo romántico sólo es posible en las novelas. 

Fin
El mundo según el Diantre Malaquías


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