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11 junio 2024

(₸X) Darwin, las teorías, la ciencia... y su interpretación tendenciosa.


En defensa de la ciencia

La lectura de ciertos artículos aparecidos en ejemplares diversos me incita a escribir este otro, cuyo objetivo no es sino dar réplica y, desde luego, tratar de desenmascarar un inequívoco tufillo maniqueo que, a menudo, se percibe en algunos escritos referidos al lúcido investigador. Para empezar, observo una excesiva recurrencia a temas tan arduos como el origen de las especies, para desmerecer –tal vez– a la Ciencia e intentar demostrar ¿…? no sé qué. O sí lo sé. Miren, la Ciencia y ese Dios de ciertos escribientes son incompatibles. De lo contrario, poco o nada se hubiese progresado, por cuanto ante cualquier fenómeno desconocido, en lugar de investigar, se le hubiese atribuido enseguida a Dios, y ya está. ¿Será por socavar los cimientos de la fe?. En mi condición de agnóstico coherente, que no ateo, no sólo no puedo negar la existencia de Dios, sino que incluso entiendo que algún científico dado a la mística lo encuentre en ese fantástico mundo de descubrimientos minúsculos, pero gozosos y fascinantes. Dígase de paso que la utilización indiscriminada, cruzada y entrecruzada de estos temas, todo por pretender desarrollar el singular sermón de quien persigue “racionalizar” deidades y divinidades varias, no es riguroso. Ah, el rigor.

El rigor es condición sin la que no hay Ciencia. Pero ¿qué tiene de malo el rigor?. Vean. La Ciencia consta, entre otros, de dos componentes muy atrayentes. Uno, el primero, es la teoría, que no es sino un ejercicio de imaginación exuberante en su elaboración. ¿Son capaces de imaginarse sin dedos en los pies, perdidos por atrofia de no usarlos?. ¿Y no les seduce pensar qué ocurriría, si nos diera -otra vez- por colgarnos de las ramas con esos mismos dedos que ahora se nos pierden irremediablemente?. Sublime. Pues lo que se imaginen sería la teoría. Y si se lo imaginan es pura fantasía. Queda patente, pues, que esta parte de la Ciencia es cualquier cosa menos árida, encorsetada, limitadora, etc. El otro componente que me interesa tratar es la praxis experimental. Con la teoría como guía, se inicia el divertidísimo momento del diseño experimental científico, con sus variables independientes, dependientes, control de variables extrañas, estadístico, preparación del instrumental y demás medios, etc. A continuación pruebas demostrar una mínima parte de tu teoría basal. Y sale, o no sale. Si el caso fuese afirmativo, además de sentir una inmensa satisfacción, te crees un privilegiado poseedor único de una verdad universal, nimia sólo en apariencia, aunque muy útil, práctica y que, una vez más, abre al investigador un sinfín de nuevas posibilidades. Es como un pequeño milagro. Porque ¿no es acaso un “milagro” -o así- que la policía científica sea capaz de identificar a un sujeto por los restos de saliva encontrados en una boquilla?. Entonces no parece ni aburrido, ni espinoso, ni nada por el estilo reducir (sí, reducir) los fenómenos a la dualidad causa-efecto. ¿Qué más de malo tiene el rigor?. Es cierto que, de alguna manera, aparta al científico de la realidad del Metro en horas punta y, en general, del mundo que dicen real. Pero para ver y oír lo que se ve y se oye, mejor entretenerse con tubos de ensayo, aunque provoquen sarpullidos. 

En definitiva, y aun no siendo función de la que se ocupe o preocupe la Ciencia, ésta se encarga de señalarnos (eso sí, con cuentagotas) lo que hay detrás de cada ignoto fenómeno, que no es Dios, sino otro fenómeno corriente, asequible y concreto. Y no es porque se pretenda negar la existencia de Dios, al que, como ya se expuso, algunos científicos creyentes pueden ver (y no es extraño) en las casi imperceptibles secuencias de sus descubrimientos; sino porque allá donde todavía no llega nuestra mente, tendrá que acabar llegando y hacer conocido lo desconocido. ¿Que es imposible?. Ya se sabe, pero aquí radica la enjundia científica, esto es, que nunca podrá saberse todo (¡qué decepcionante resultaría!), y así nunca faltarán asuntos sobre los que indagar. Esta posibilidad me resulta mucho más atractiva, que desagradable -por lo desprovisto de rigor- pueda serme que algunos utilicen la limitación de nuestros conocimientos (el tan manido “punto cero”), para colocar a Dios como gran Creador de todo cuanto se ignora. Lo tienen fácil: por más que se descifre, siempre habrá algo indescifrable a continuación. Pero -que se sepa- cualesquiera que sean las creencias del científico, éste buscará siempre detrás de lo desconocido no la mano de un creador (o Creador, si lo prefieren), sino otra “cosa”. Y así, periódica pura.

Preguntas a Darwin

Leo en alguna parte algo así titulado y la significación que pueda derivarse del título es del todo engañosa. Más que “Preguntas a Darwin” debería ser “Respuestas a Darwin”, pues los enunciados planteados en forma interrogativa -eso sí- llevan explícita (más que implícita) la respuesta. Pues claro que sí, o que no, o vaya tontería, parecen reclamar. Incluso se expone una cita textual del propio Darwin sobre el supuesto absurdo de la evolución del ojo, como queriendo demostrar con ello que ni siquiera él mismo creyera en sus propias teorías. A mí puede parecerme ridículo imaginar al ser humano sin dedos en los pies, pero ello no ha de presuponer que no pueda llegar a darse. Si me apuran, diría que estamos en trance de atrofia cerebral (con tanto fútbol, telenovelas, guapos y guapas…), camino -quizá- de niveles protozooicos y de tan poca capacidad de abstracción como la ameba. Y más se acelerará el proceso de seguir empeñados en atribuir siempre a un ser superior lo que se nos escapa; en lugar de estrujarnos las neuronas e investigar. Les parecerá absurdo y puede que no sea para tanto, pero pasitos para tal atrofia, en serio que los estamos dando. Por cierto, en el mismo momento de estar leyendo este escrito, en su ojo se estarán produciendo minúsculas mutaciones adaptativas, en la misma dirección que marca la tan denostada teoría evolutiva darwiniana. 

Sobre el azar y la Ciencia. Que yo sepa, ningún científico recurre al azar para explicar nada. En cualquier caso, a un número indeterminado de variables extrañas sin identificar (acéptese la redundancia) habrá de dárseles un nombre; y el más corriente, por convención, es el denominado azar. Sin embargo, el azar no es sino ese conjunto de variables intervinientes (a buen seguro), a las que no es posible por el momento definir ni medir. Es, pues, ese cúmulo de variables sin duda potencialmente precisas, concretas y medibles (digo parcialmente), pero hoy desconocidas, no asequibles al conocimiento actual e ignoradas las que metemos en el mismo cajón del azar. Estoy convencido que si me toca la lotería no habrá sido por casualidad, aunque no me quedará más remedio que aceptarlo, por cuanto no seré capaz de identificar ni una sola de las variables que han intervenido en tan gozoso suceso. Bueno, alguna sí: o he jugado, o me han regalado el boleto. Y sobre las mal llamadas “pruebas fósiles" diré algo. ¿Pero es que los fósiles pueden evolucionar?. Según los conocimientos actuales, las piedras o cualquier otra materia inorgánica portadora de restos fósiles carecen del componente “bio”, en consecuencia no pueden evolucionar (que es un concepto biológico) adaptativamente. Así pues, tales supuestas “pruebas fósiles” serán en todo caso indicios, si acaso signos e incluso evidencias; pero difícilmente pruebas definitivas, porque el proceso evolutivo es tan sutil que dos días en tiempo significarán evolución, pero ésta no podrá nunca plasmarse en una marca fósil tan secuencialmente como en la realidad ocurre. Me supongo que el articulista habrá querido decir que unos pies de dinosaurio (vaya por Dios con los bichitos estos) marcados en una roca, y otros pies de dinosaurio también marcados en una roca, pero con algún rasgo distintivo respecto al caso anterior, podrían -quizá- probar algo. Pues no pueden probar nada, y mucho menos evolución gradual. Pueden indicar que la investigación va por buen camino y basta. Por tanto dudo que Darwin esperase alguna “prueba fósil".

No se me tome en este escrito por fustigador de creyentes. Ni niego a Dios, ni lo reconozco; y menos aún con algún tipo de rostro humano, aunque tampoco es un tema que ocupe en demasía mi vida mental. Además, como quedó ya dicho, el mundo de la investigación es tan fascinante que alguien pudiera verlo en el lado oscuro del conocimiento. Sencillamente anhelo que, ya que quienes tenemos mentalidad científica no gastamos mucho fósforo ni confundimos intentando demostrar nada a favor ni en contra de deidades, los creyentes (algunos diríase que cruzados) con aficiones literarias o pseudocientíficas se abstengan de utilizar de manera simplista, maniquea y confusamente temas polémicos (en religión, que no en Ciencia), con pretensiones de probar lo que no es probable. Ya se sabe, lo de Dios es cosa de fe. Mejor sería para su apostolado recurrir a la constelación Orión, que ahí todavía faltan muchos misterios y fenómenos extraordinarios que explicar. Tendrán materia para rato. Por mi parte, soy primate (dicen pretenciosamente que superior), descendiente de primates (sí, sí, ríanse cuanto quieran); aunque tampoco me sería mayor honor o deshonor saberme creado a imagen y semejanza de Dios (lo cual también es presuntuoso). Pero a mí no me sirve. Y acabo. Sería muy gracioso que algún reidor fuese de ésos que ahora vocifera ante un televisor, viendo un partido de “fumbo”. 

El Diantre Malaquías, pseudónimo


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