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24 mayo 2024

(₸X) Fracaso escolar: razón, prevención y cura


Raíces del fracaso 

Debe entenderse por “fracaso escolar” el escaso o nulo rendimiento académico que a lo largo del proceso de formación, y de manera reiterada, muestran ciertos sujetos; sin que en ellos hayan existido o existan alteraciones fisiológicas graves que lo justifiquen. Y es de suma importancia esta última apreciación, puesto que todo cuanto no es limitación o minusvalía física, lo es adquirida o ambiental, y por tanto estrictamente psicológica. Después de todo, y aun en casos de anomalías implicadas de forma directa en algún tipo de deterioro mental, la inteligencia siempre es mejorable y, por tal, su mayor o menor medida no puede ser el único pretexto del bajo rendimiento. Así, factores como trastornos genéticos, traumatismos, infecciones e intoxicaciones antes, durante y después del parto; fetopatías, desajustes metabólicos, anoxias, etc.; han de ser patogenias al margen de las que motivan el fracaso escolar. 

Pero más importante que la propia definición es dilucidar responsabilidades. ¿Es culpable el sistema?. ¿Qué sistema?, pregunto. ¿El social o el educativo?. ¿O la interacción de ambos?. En efecto, uno y otro tienen sus lacras, pero no son en absoluto los principales responsables. El sistema como alegato ya sólo queda para mentes ancladas en extrañas y no precisamente ejemplares revoluciones que -curiosamente- reivindican calidad de enseñanza manifestándose en horas lectivas, por supuesto. Dentro del mismo sistema, dos sujetos con aptitudes (que no actitudes) similares, uno fracasa y el otro no. ¿Es el personal docente?. Ridículo. Hay de todo, claro está, pero con un mal enseñante dos alumnos dotados de talento parecido, uno fracasa y el otro no. ¿Son los medios y el acondicionamiento de los centros?. Básicamente presumo que tampoco. Se sabe que centros públicos bien acondicionados no dan -ni mucho menos- mayor número de bachilleres o universitarios con logros, que algunos privados con más humilde dotación. Queda el entorno social próximo. Quítense la venda de una vez. Es muy fácil echar mano del tópico al uso (sistema, medios, etc.), pero el verdadero problema tiene sus raíces y su génesis en el medio social, y de forma muy particular en el núcleo familiar. 

La importancia de medidas preventivas 

¿Qué características definen un medio familiar potencialmente patógeno?. Para poder corregirlas es preciso conocerlas, ¿no?. De forma genérica, se diría que son medios pobres en estímulos materiales (que no bienes materiales) y humanos. Son ambientes profundamente incultos o desmotivados por la cultura, desinteresados por el desarrollo integral (sobre todo psicomotriz e intelectual) de sus constituyentes y donde no existe, o es engañoso o autoexculpatorio, el seguimiento educativo de los mismos. Pongo por casos el de los padres que toman los centros por guarderías, o el de la madre que con sólo asistir a las reuniones, de las que por otra parte nunca aprende nada, ya cree merecer el aprobado de su hijo/a. Son familias (y las hay -pero que muchas- a las que “ni se les nota”) con serios desajustes en su seno. Familias déspotas y autoritarias, familias torcidas, cismáticas o desestructuradas. Familias cargadas de tabús, prejuicios y frustraciones, familias en las que predominan y se imponen los intereses, gustos y hasta los fantasmas de los progenitores, sobre los del propio educando. Cito el caso de tener que estudiar tal o cual carrera por narices, o por saga y tradición, o por que el padre no pudo estudiarla, o porque goza de reputación y confiere notoriedad social, etc. Familias que, por inconcretas y confusas raigambres o miedos absurdos a la desubicación, aceptan y hasta eligen que sus hijos se integren en radicalizados procesos de normalización lingüística, en principio justos y deseables, pero no exentos de peligros reales (sobre todo para determinados perfiles), de inexplicables lagunas y escandalosos agravios, que pueden ser empíricamente demostrados con objetivos y acusadores datos. Son ambientes con trastocados sistemas de valores donde, por ejemplo, importa más el terreno o la casita allí levantada, que la misma educación de los hijos. En mi experiencia como enseñante me he topado alguna vez con curiosas y ejemplificadoras anécdotas. Una podría ser la del alumno que compungido acude a su profesor para expresarle que sus padres no quisieron comprarle los libros de lectura recomendados en clase, porque no hacía mucho habían cambiado de coche. A fe que, por gracia de unos para desgracia de otros, el rendimiento del niño delataba tales orígenes. Y cuanto digo es confirmable. Pero por encima de cualquier otra, la razón suprema del fracaso escolar hay que buscarla en el otro extremo del despotismo; esto es, en familias débiles y sin carisma, familias sobreprotectoras y que no imponen límites en la educación, que -consciente o involuntariamente- alientan u otorgan derechos sin la contraprestación de exigir deberes, que interactúan con sus hijos (sería mucho decir que “educan”) de espaldas a cualquier valor, por elemental que parezca (p.e., no estás tú solo en el mundo). Conviene, sin embargo, no confundir autoridad y carisma, que son del todo imprescindibles para una correcta y deseable educación; con autoritarismo, absolutismo y arbitrariedad, características éstas que suelen desembocar en lo contrario de lo que pretenden, y cuya matización podría muy bien ocupar un capítulo aparte. El conjunto de estas actitudes que son base etiológica del fracaso escolar conducen a un déficit gravísimo, conocido técnicamente como “nivel de tolerancia a la frustración”. Por cierto, vivimos tiempos en los que la expresión “tolerancia cero” es moda mediática y política y, por desgracia para la sociedad, el nivel de tolerancia cero a la frustración está demasiado extendido en determinados segmentos generacionales. 

En sentido positivo, prevención significa cultura general y educativa, no pacata ni tan pretenciosa como para imponer métodos y objetivos (zapatero, a tus zapatos). Significa diálogo franco con los hijos y seguimiento académico de los mismos, sin presiones irracionales. Ha de saberse cuándo una mala nota es normal, sin que por ello se hunda el mundo o se genere un conflicto de resultados paradójicos, y sin que nadie se sienta herido en su inapropiado orgullo. La prevención supone una comunicación fluida y periódica con los educadores, pero no puntillosa y de apariencias (más bien autocrítica), y una motivación no neurótica para el estudio (no nos dé ahora por la hipercultura). Preventiva es una educación en el seno de la familia que respete los derechos del menor, pero que imponga también límites, deberes y un sistema de valores. Preventiva es también una vida sana en los horarios de vigilia y sueño, una alimentación equilibrada, la educación de unos hábitos alimenticios y, en definitiva, una célula familiar íntegra, es decir, que evite lo nocivo. Y si, por las razones que se quiera, la situación se torna escurridiza y peligrosa (nadie es perfecto), es entonces el momento de solicitar una profunda revisión psicológica para saber quién o qué falla, y poner remedio antes de acudir a terapeutas especializados. 

El proceso de recuperación 

Llegados a lo peor, háblese claro. El fracaso escolar es en un alto porcentaje recuperable. Sólo es cuestión, por un lado, de tener ganas, de cooperar con el técnico y confiar en él, de aceptar y corregir -ahí es nada- las propias desviaciones; en tanto que a la otra parte ha de exigírsele cualificación, terapias bien diseñadas y medios. Y por supuesto, rigor. Que uno sabe de centros donde lo mismo tratan hemorroides, como dicen sanar una dislexia. O de especialistas que fían su labor a la intuición e improvisación sistemática. O de madres que, ante una “erre” mal pronunciada por parte de su hijo (cuando además es visible un general déficit psicomotriz), acuden al logopeda, lo cual es como ir al traumatólogo por un resfriado. Y así les va. 

En sentido más estrictamente terapéutico distínganse, en primer lugar, dos tipos de terapias. Una, funcional, dirigida en exclusiva a niños necesitados de estimulación precoz (trastornos precoces y graves), que duraría hasta los tres o cuatro años. Se la denomina “funcional” porque, si se actúa con rapidez y se acude a centros especializados -que algunos hay-, en muchos casos será posible una recuperación parcial y un aceptable grado de acomodación en el entorno. Otra, la integral, estaría destinada al tratamiento específico del fracaso escolar. Quien esto escriba la ha dividido en tres estadios, cada uno de los cuales tiene un diseño terapéutico propio y cubre una etapa importante en el devenir educativo de los escolares. La teoría básica de este modelo incluye una terapia “específicamente psicomotriz”, cuyo fin primordial es la maduración del sistema neuromotriz como “recipiente” de la inteligencia; una terapia “intelectivo-activa”, destinada a combinar la progresiva maduración del sistema antedicho con objetivos de adaptación escolar; y, por último, una terapia “intelectivo-afectiva”, que integre en la escuela y adapte a la sociedad a un ser integralmente sano. 

En cuanto a padres y educadores, conviene resaltarles la importancia de una pronta detección de posibles fracasos. ¿Cuándo?. En educación infantil, aunque puedan darse ya serios indicios, el diagnóstico quizá sea precipitado. A los siete u ocho años surgen con fuerza evidencias y confirmaciones, y es por ello que debe ser considerada una etapa clave, pero también tope, para una recuperación con garantías de éxito. Y una buena referencia, se diga lo que se diga, siguen siendo las notas y el contacto mutuamente receptivo entre profesores y padres. En fin, como se aprecia, no es tanto cuestión de dinero, sino de voluntad. Sin embargo, y que nadie se rasgue las vestiduras, seguirá habiendo fracaso escolar y “carne de suicidio” (permítaseme la cruda expresión), pues tal vez alguien quiera y pueda aprender, pero ¿qué se le ha de enseñar a quien cree saberlo todo, de todo?.

El Diantre Malaquías, pseudónimo

1 comentario:

Unknown dijo...

Como siempre, y lamentablemente, la culpa de todo la tienen los padres, pero debo decir, que aunque los padres se impliquen, la sociedad no está preparada para situaciones especiales. No sólo falla la familia.
Tengo que decir, que somos cinco hermanos, y ninguno ha tenido fracaso escolar, y eso que mi padres no tenían estudios. Quizá por esta razón, me cueste tanto asumir el fracaso de mi hijo.
Desde que empezó en P3,detectamos una dificultad en la atención, durante tres años intentamos que la escuela compartiera nuestro punto de vista, pero la única respuesta fue "vive en su mundo", ni siquiera utilizaron los recursos que se supone que tienen: el EAP dispone de personal especializado.
Por fin un médico diagnosticó Hiperactividad con déficit de atención, tratamiento con estimulantes. Vaya solución...
Durante 3 años tuvimos apoyo de una psicóloga, gran profesional, que le reforzó su autoestima, pero llegó un punto en que la terapia no avanzaba y lo dejamos.
La enseñanza pública no está preparada para situaciones individuales. Nosotros seguimos con el refuerzo positivo en cada pequeño avance que tenga nuestro hijo, reuniones con los profesores ( que por cierto, cada año debemos recordar al nuevo tutor su dificultad en la atención, no tienen su expediente?).
Dónde queda la motivación que no recibe el alumno? es básico para el aprendizaje de cualquier tipo, que la persona esté motivada.
Sí, es cierto, la familia es la base, pero solos, no podemos avanzar.

Un saludo Marce
Montse